Libro de los Muertos, Anónimo

Título dado, en los primeros decenios del siglo pasado, a la serie de capítulos o, mejor dicho, de poemas, fórmulas mágicas, conjuros e him­nos a divinidades que se leen en el rollo de papiro que se encuentra en el interior de las tumbas egipcias o en el sarcófago, junto al difunto. El uso de acompañar a los muertos con textos religiosofunerarios es antiquísimo. En el Reino Medio (del siglo XXIV a. de C.), fórmulas y poemas mágicos aparecen trazados sobre las pare­des de sarcófagos de madera y constituyen el conjunto llamado Textos de los sarcó­fagos (v.). Aumentados en número a prin­cipios del Imperio (siglo XVII a. de C.), fue necesario valerse de una mayor super­ficie, de donde el uso de transcribirlas en telas o lienzos de lino o, mejor, en rollos de papiro. Finas decoraciones y viñetas policromas acompañan y embellecen a me­nudo estas copias, algunas de valor incal­culable. No todos los ejemplares del Libro de los muertos contienen igual número de capítulos o poemas; ni éstos se suceden siempre en el mismo orden, ni constituyen un conjunto ordenado de partes, ni están ligados según una disposición orgánica o lógica.

El principio y el final, en el estricto sentido de la palabra, faltan siempre. Sólo en la baja época empieza a dibujarse un principio de agrupación coordinada de los capítulos. Para sus citas, los eruditos toman como texto base la edición que en 1842 hizo R. Lepsius, el cual reprodujo la copia hecha por un tal Efonh, que vivió bajo los Tolomeos, conservada en el Museo de An­tigüedades de Turín. Sucesivamente, una buena edición del texto conforme a las redacciones vigentes bajo las dinastías XVIII-XX (siglos XVI-XI a. de C.), fue publicada por E. Naville, en 1886. El Libro de los muertos se escribió primero en ca­racteres jeroglíficos; a partir de la dinas­tía XIX (segunda mitad del siglo XIV a. de C.), se escribió también en caracte­res hieráticos, y más tarde en demótico, el vulgar de los bajos tiempos. Se creía que el difunto podía resucitar luego de ciertas ceremonias mágicas practicadas sobre su cuerpo y que vivía en la tumba como en su casa, pudiendo incluso salir de ella a su antojo. Se creía también que seguía al dios Ra en su viaje diurno y nocturno por el cielo y a través del Té’e; que podía cambiar de forma y que en ultratumba debía trabajar y entonar himnos en honor de determinadas divinidades. A esta segunda vida y a las nuevas actividades y necesidades varias del difunto se refieren de una manera más o menos directa los textos reunidos en el Libro de los muertos. Ocupa una posición preeminente en la colección el dios Osiris (v.), que había muerto como los hombres y había resucitado, y cuyo culto estaba muy difundido entre la población egipcia, que lo reconociía por soberano y juez de ultratumba.

En su presencia y ante los cuarenta y dos jueces de ultratumba tenía lugar el solemne juicio del difunto, al que se refiere – a partir de fines de la dinastía XVIII –  una viñeta que siempre es de notable tamaño y representa al difunto introducido en una gran sala hipóstila por las dos diosas Mê’e – las diosas de la rectitud – , a quienes se reconoce por las grandes plumas de avestruz que llevan en la cabeza. A la extremidad opuesta, bajo un rico «naos», se sienta Osiris en su trono, tocado con la corona blanca o del Alto Egipto y llevando en la mano el bastón y el cetro que simbolizan la autoridad y el poder. A veces al lado del trono se ve a la diosa Isis (v.), sola o con su hermana Nebthô. Ante el dios se levanta el emblema del dios Anubis, que es una mesa de un solo pie cargada de ofrendas y de grandes ramos de flores y una flor de loto, sobre la cual están en pie los cuatro hijos de Horus (v.) ósea los genios funerales Emsete (con rostro humano), Hapj (con hocico de cinocéfalo), Tew’mwtef (con  hocico de chacal) y Qebehsnewef (con cabeza de halcón). Más lejos se ve a un animal híbrido, Ameni, devorador de muertos, con hocico de cocodrilo, cuerpo de león y extremidades posteriores de hipopótamo. En el centro de la sala se levanta una gran balanza.

El corazón del difunto, que pasaba por ser la sede de la conciencia, es colocado sobre uno de los platillos; sobre el otro, una pluma de avestruz, símbolo de rectitud, sirve de pesa. El dios Horus de cabeza de halcón, y el dios Anubis, de cabeza de chacal, vigilan la operación, cuyo resultado ha de ser registrado por escrito por Thot. El difunto, mientras tanto, recita la llamada «confesión negativa» (fórmula CXXV), con la cual declara no haber jamás contravenido a los principios morales de la época. A fin de que el corazón no contradiga las palabras del difunto, sobre el pecho del cadáver, durante las ceremonias del embalsamamiento, se colocaba un dimi­nuto escarabajo de piedra, llamado del corazón, que llevaba grabadas las líneas de una breve fórmula mágica, que figura en el Libro de los muertos. En las mejores copias ilustradas * hay algunas «vistas» que reproducen paisajes de ultratumba, donde abundaban las extensiones de agua que había que recorrer en barca, y los campos donde. el difunto debía seguir practicando las labores agrícolas de arar, sembrar y segar, transportar arena, abrir canales, etc. Para evitar al difunto esta fatigosa obliga­ción, se modelaron estatuillas de distintos materiales, a veces preciosas, que debían subvenir, como duplicados de la persona del difunto, a los trabajos de éste.

Estas estatuillas empuñan los característicos ins­trumentos de trabajo y sobre los hombros llevan un saco. Su nombre — swebte — no tiene nada que ver con el verbo «res­ponder», como antiguamente se creyó. Los mejores ejemplares llevan grabada una fórmula mágica, la VI del Libro de los muertos: «Fórmula para hacer que en ultra­tumba el swebte cumpla con los trabajos en nombre del difunto». El conocimiento de numerosas fórmulas garantizaba al difunto contra el ataque de las serpientes, cocodrilos y otros animales ofensivos. Algunos poemas mágicos aseguraban alimento y bebida. Importantes referencias a los dioses Atuüm, Ha, a la creación del mundo y a localidades de ultratumba figuran en el capítulo XVII, llamado, por antonomasia, el capítulo teológico del Libro de los muer­tos. La literatura funeraria del antiguo Egipto conocía, además de este texto, otros también notables, como el Libro de los funerales, una copia del cual, en hierático, fue encontrada en la cara interior de la cubierta protectora de la momia de Be- theamon, gran funcionario de la necrópolis tebana, de a principios de la dinastía XXI (c. 1103 a. de C.), conservada en el Museo de Antigüedades de Turín; el Libro de los dos caminos, el Libro de las puertas y los Libros I y II de la respiración. Famoso es el papiro que contiene la liturgia funera­ria por Amenhotep I (dinastía XVIII, 1549- 1528 a. de C.), la mayor parte del cual se conserva también en el ya citado museo de Turín, y el resto en el museo de El Cairo. [Trad. española parcial por Juan A. G. Larraya (Barcelona, 1954)].

E. Scamuzzi