[Das Kaiserbuch]. Poema histórico del escritor alemán Paul Ernst (1866-1933), dividido en tres partes, la primera de las cuales, Los emperadores sajones, fue publicada en 1923; la segunda, Los emperadores francos, en 1927; la tercera, Los emperadores suevos, en 1927.
Es indudablemente la más «colosal» entre todas las «empresas poéticas» que fueron tratadas en la literatura alemana de este siglo. Son cien mil versos agrupados en octavas, en las cuales los primeros cuatro versos son de rima alterna y los dos últimos pares de rimas pareadas; y son cerca de cinco siglos de potencia alemana en Europa, desde la batalla entre Carlomagno y Vituquindo hasta la muerte de Federico I. El sumario de los distintos cantos, que cierra cada uno de los tres volúmenes, podría ser casi el sumario de un texto de historia, por lo analítico, cronológicamente ordenado, sin interrupciones ni saltos, pero naturalmente — aun prescindiendo de cierto número de fábulas y divagaciones novelísticas que contienen — las cosas, desde el punto de vista histórico, no son tan llanas como parece; ocurre a menudo al que lee pensar en las palabras de Margarita cuando Fausto (v.) le hace su confesión de fe panteísta: «Poco más o menos dice lo mismo el párroco, sino que con palabras un poquito diferentes». También el lector tiene la impresión de haber estudiado la historia «poco más o menos así» pero de manera un poquito diferente.
Probablemente Ernst, que se preparó para su obra seriamente con muchas lecturas creyó verdaderamente que las «cosas sucedieron así» como él las narra; pero en realidad esto no le importaba tanto como el reanimar con su obra y reeducar a su pueblo. El equívoco ha consistido en creer que bastase con eso para hacer de esa manera labor de poesía. Ajustándose al tono discursivo propio de la épica medieval germánica, Ernst adoptó su «trotecillo rítmico, paciente, obstinado, igual» y sobre las ondas de aquella cadencia hizo avanzar las imágenes de su evocación. Pero la materia del Tristán (v.) y del Parsifal (v.) está poéticamente vivida; y el uniforme esquema rítmico se renueva, en realidad, continuamente con el variar de la emoción; la materia del Kaiserbuch es, en cambio, considerada por el mismo Ernst como cosa que ha tenido una realidad objetiva fuera de él, y sus intentos eticopolíticos, aun abriendo dentro de ello perspectivas nuevas y personales, no consiguen renovarla en profundidad unitariamente; para dominar y replasmar — reviviéndola en su interior — una materia tan vasta, pesante y compleja, se hubiera necesitado la personalidad humana y la fantasía de un Dante o de un Shakespeare, que Ernst no tenía.
A pesar del dramatismo de algunos temas — basta pensar en la lucha entre Cristianismo y Paganismo, eh la azarosa aventura de la época de los Otones, en la lucha entre Papado e Imperio, en Canosa, en las luchas entre Federico Barbarroja y los Municipios italianos, entre Inocencio IV y Federico II —a pesar del tono nacionalista del siglo XVIII, de las perspectivas históricas, y a pesar de la pulcritud literaria de la elaboración formal, la obra hace pensar en aquellas «crónicas imperiales en rima» que tanto agradaron a fines de la Edad Media y que, precisamente, oscilaban entre la historia y la poesía, sin ser enteramente ni una cosa ni otra.
G. Gabetti