Leyendo, Émile Faguet

[En lisant]. Bajo esta deno­minación pueden comprenderse varios es­critos del francés Émile Faguet (1847-1916), entre los cuales son modélicos Leyendo a Nietzsche [En lisant Nietzsche], de 1904; Leyendo los bellos libros antiguos [En li­sant les beaux vieux livres], de 1911, y Leyendo a Molière [En lisant Molière], de 1914. A esta serie puede también unirse Para que se lea a Platon [Pour qu’on lise Platon], de 1905. Es característico de estos ensayos su deseo de acercarse a las almas del pasado con una total ausencia de ideas preconcebidas, sin clasificaciones de siste­mas o prejuicios de crítica.

Esta actitud origina una visión polifacética y vivací­sima, porque interpreta con la mayor fide­lidad posible las ideas y sentimientos de los autores, reconstruyendo movimientos literarios, luchas políticas y filosóficas, y apoyando en una investigación cuidadísima la sistematización general de una figura o de una escuela. El defecto de esta clase de crítica se hace patente, empero, en la manera a veces indistinta y escasamente ade­cuada con que nos son explicadas las ca­racterísticas de las diferentes épocas o el valor de las personalidades en particular. A pesar de ello, Faguet consigue en estos ensayos dar la atmósfera de una poesía o el ambiente de una polémica, gracias a la misma facilidad comunicativa con que discute un sistema ideológico o revive la psicología de un personaje de novela. La rapidez de su información y especialmente el hecho de no profundizar ni filológica ni filosóficamente los problemas que van pre­sentándose en el examen, explica la parti­cular formación de una crítica que quiere reproducir con fidelidad ideas e impresio­nes, devanando lo esencial de una madeja a menudo complicada.

Lo que Faguet, como buen maestro, cree útil para todos se convierte en la base del razonamiento y de la exposición: situar a un autor en su época, conocer su temperamento y carácter a través de su misma obra. Así el «leer», con la intención del que se acerca a los autores para revivir sus ideales y sus sue­ños supremos, se convierte en un «conver­sar», captando la naturaleza particular de cada uno de ellos, siempre indefinible sin una iniciación devota y sagaz.

C. Cordié