Colección de poemas de Ángel Saavedra y Ramírez de Baquedano, duque de Rivas (1791-1865). Poeta de vena copiosa, más que sus poemas líricos interesan sus Leyendas. Las llamadas románticas, al modo inglés, según el tipo de Walter Scott, son «El moro expósito o Córdoba y Burgos en el siglo décimo» (1834). Se trata de un extenso poema narrativo en romances endecasílabos, basado en la leyenda de los Infantes de Lara, y en el que la acción gira en tomo a Mudarra, hermanastro de aquéllos. En el fondo viene a ser una brillante evocación de Córdoba y Burgos en el siglo X, que, aunque llena de anacronismos, interesa por su animado pintoresquismo. El contraste entre la fastuosa corte cordobesa y la dureza primitiva de la capital cristiana se halla perfectamente conseguido. Como elementos románticos hay que considerar no sólo el tema, el metro o el color de las descripciones, sino la mezcla de realismo y fantasía, de escenas cómicas de la vida cotidiana con momentos de gran intensidad lírica o dramática.
Las escritas al modo de Zorrilla (según el modelo francés), son «La azucena milagrosa» (1847), dedicada a Zorrilla, a quien imita, en que narra un crimen y su expiación, contiene una introducción, tres partes y final. «Mal- donado» (1852), dedicada a la marquesa de Molins, y que consta de siete partes, es una leyenda genealógica para explicar el origen de este apellido, que lo tomó del Almirante de Aragón Pérez de Aldana por haber vencido en desafío al duque de Normandía y haber exigido poner en su escudo las flores de lis de aquél, que decía al Rey de Francia: «C’est mal donné». «El aniversario» (1854), inédita hasta su inclusión en sus obras completas (mayo, 1854; vol. III), dedicada a su hijo Enrique. La obra se divide en tres partes: La velada, el embozado; La dama, el rapto; La batalla, la misa. Dividida la ciudad de Badajoz en dos bandos que se combatían fieramente, por estas terribles luchas se olvidaron de asistir un año a la fiesta que en la iglesia se celebraba conmemorando el aniversario de la reconquista de Badajoz a los moros, y en dicha función, al volverse el cura, diciendo «Dominus vobiscum» encontró no los feligreses, ausentes por sus banderías, sino los esqueletos de los conquistadores que habían acudido a la misa. El duque de Rivas es poeta genuinamente español; vale mucho más como narrador y descriptivo que como lírico.
C. Conde