[Leggenda di Sant’Orsola]. El relato fabuloso de la santa que pereció mártir de Cristo juntamente con once mil vírgenes parece que surgió como una espléndida revancha de la fantasía sobre la historia, de la equivocada interpretación de una inscripción, ya sea que ésta conmemorase la muerte de «Santa Úrsula y Undecimila, vírgenes», ya la de «Santa Úrsula y XI M.(ártires) V(írgenes)». Localizada en los primeros tiempos en Colonia, y puesta en relación ora con las persecuciones de Diocleciano, ora con el sitio de Colonia por los hunos, esta leyenda debió sufrir muchas modificaciones antes de tomar la forma en que la transmitió el anónimo autor trescentista y la publicó Zambrini en su Collezione di leggende inedite, 1855.
Úrsula nos aparece aquí como hija del rey de Hungría, y su nombre deriva del hecho de que nació revestida con una piel de oso, presagio de la semejanza de su destino con el de San Juan Bautista. De muy joven, como la fama de su belleza y de su virtud volaba por el mundo, fue pedida por esposa, para su hijo, por el poderosísimo «rey de Pagania de Ultramar». Mientras sus padres se desesperan, no sabiendo como motivar su negativa, Úrsula se presenta a los embajadores en todo el fulgor de su dulce belleza, puesta en relieve por la magnificencia de sus vestidos y alhajas, y se declara dispuesta a consentir a lo solicitado, a condición de que el rey y su hijo se hagan cristianos y le concedan tres años de tiempo, ya que antes de la boda quiere hacer una peregrinación a Roma y a Tierra Santa, e invita a su prometido a enviarle diez mil nobles vírgenes paganas que constituirán su séquito. Las condiciones son aceptadas. Llegan, con los huéspedes reales y una magnífica escolta de caballeros, las diez mil doncellas cubiertas de vestidos y joyas resplandecientes, y Úrsula las recibe en un campamento de seda y púrpura surgido de improviso, por obra divina, a sus plegarias.
Después de haber asistido a su bautizo, Úrsula es elegida señora y capitana de las gentes venidas de ultramar, a las cuales se unen las mil doncellas húngaras de su propio séquito. En medio de la admiración de todos, aquella bellísima y colorida multitud se pone en marcha. En Roma, incluso el papa renuncia a la tiara para seguirlas. Llegadas al reino de Esclavonia, las peregrinas suscitan la ira del sultán, el cual les envía embajadores conminándolas a que abjuren de su fe; pero todas rehúsan y, confortadas por Úrsula, reciben santa y alegremente el martirio. El pío relato, que utilizó también Castellano de Castellani, en una sacra representación que se titula con el nombre de la santa, es uno de los más conmovedores del legendario cristiano. En la prosa de nuestro anónimo se observan, al lado del candor y fervor religioso, un singular sentido estético que lo hace insistir ingenuamente en todos los aspectos de belleza, ya se encarne en la persona humana ya resplandezca con el brillo de las joyas y los brocados.
E. C. Valla