Leyenda de Rübezahl, Anónimo

La existencia de esta leyenda está documentada desde el siglo XVI; pero el nombre en medio altoalemán se halla ya como nombre de lugar, y de persona en el siglo XIII, y los orígenes de esta leyenda remontan a épocas todavía más antiguas.

El personaje — que en algunos aspectos parece relacionarse con la saga de Odin y del Cazador feroz (v.) — es, en efecto, uno de aquellos «Genios de la naturaleza» en que abundó, en tiempos antiguos, la fábula germánica. Su reino es el Riesengebirge, en los confines entre la Silesia y la Bohemia; su morada está en el seno profundo de los montes, en el corazón de la floresta; y su amor es mu­dable como el tiempo, caprichoso e incal­culable como la propia naturaleza de la montaña en medio de la cual él anda de un lado a otro con frecuencia, llevando una parda capa corta hasta la rodilla, con una lámpara de minero en la mano, con la roja barba al viento, como lo pintó romántica­mente Moritz von Schwind en un célebre cuadro suyo, o bien con un largo sayo pardo de monje, y un nudoso garrote en la mano, como lo representan versiones más antiguas; en sus ojos de llama relampaguea la malicia.

Como todos los seres en que la imaginación popular personifica la fuerza misteriosa de los elementos, tiene poder de encantador; reina sobre inagotables tesoros escondidos, se hace invisible a su gusto, o bien adopta apariencias humanas o as­pecto de monstruo o de animal; y puede subvertir todas las leyes de la naturaleza, hacer florecer inesperada primavera en el corazón del invierno, o descender las nie­ves sobre las campiñas voluptuosas del ple­no estío; hacer desaparecer un lago alpino o desviar de improviso el curso de un to­rrente. Según un motivo de la leyenda, ligado a la etimología popular de su nom­bre («Rübezahl»,«Rübenzagel»apuntas de nabo), era al principio un gran «troldo» bo­nachón, fácil de enternecerse ante cualquier gentil figurita de muchacha; pero la bella Emma, a la que vio en su baño y transportó con acto mágico a su. encantado palacio sub­terráneo, lo supo engatusar, y el día menos pensado — después de mandarlo a su huerto a contar los nabos que allí había, con la pro­mesa de acceder por fin a las bodas con ella por las que él suspira — salta a caballo y se le escapa; él la persigue en vano: antes de poder alcanzarla está ella más allá de los confines de su reino, donde cesa todo el poder de él.

Desesperado de dolor y dé ira, el pobre engañado se hunde en el seno de la tierra y decide no volver jamás a la superficie; pero en realidad necesita de los hombres; es más, en el fondo los ama sin poderlo remediar; y por fin, a pesar de sus terribles propósitos, vuelve a la superficie de la tierra y reanuda sus vagabundeos, aunque con nuevo humor, receloso y quis­quilloso. ¡Son tan pérfidos, en efecto, esos «hombrecillos», traidores y petulantes! Mien­tras él, Rübezahl, «Genio de la montaña», estaba consumiéndose de amargura y de pena; durante algún tiempo no lo vieron por ninguna parte, y — después de haberse burlado ellos de su desventura — ahora lo desprecian como si no existiese ya su poder. Pero Rübezahl, con toda clase de tretas, realiza su alegre venganza: hace que se escapen las ruedas de los coches cuando bajan corriendo las pendientes; hace des­cender sobre las espaldas de sus burladores lluvia de palos o granizadas de piedras; descarría los ganados y los dispersa por los precipicios.

Pero su corazón ha permanecido siempre en su sitio: ¿cómo podría él, en ciertos casos, no dejarse conmover? Al joven Benedix, que ha pronunciado su nombre en vano y en tono de befa, le prepara pri­mero una pérfida burla; toma las aparien­cias de él; asalta, «cubre de palos» y saquea a un hebreo, y después, con nuevo disfraz, conduce al hebreo a la hostería donde está comiendo Benedix rehaciéndose de las fati­gas de un viaje; como es natural, el hebreo denuncia al que él piensa ser su agresor, y el pobre Benedix, condenado a muerte, está a punto de pasar «el peor cuarto de hora de su vida»; pero basta la lluvia de lágrimas de su novia Clarita para que acto seguido Rübezahl lo remedie todo: vestido con hábito de fraile confesor que ha de preparar al condenado en aquel ex­tremo trance, baja al calabozo, hace huir a Benedix, toma el aspecto de éste y lo sustituye; al día siguiente todos los villanos acuden para asistir a la ejecución en la hor­ca; pero suspendido ya de la cuerda hace tantas muecas y contorsiones con la boca y el rostro, que hasta el verdugo echa a correr; en vano el Concejo comunal ordena una investigación oficial para saber lo que ha sucedido: cuando se hace la inspección en el lugar del suceso no se encuentra colgado de la cuerda sino un monigote de paja cubierto de harapos.

Todas éstas y otras muchas cosas — la historia de mamá Use, que va un día al bosque a recoger follaje y se lleva tras ella a sus cuatro hijitos que no la dejan en paz; pero cuando Rübezahl le pide uno de los cuatro tra­viesos, prometiéndole hacer de él todo un señor, responde que «antes se dejaría arran­car el corazón del pecho», y después, a su regreso, siente que su cesta pesa tanto que, al fin, después de darle a comer el follaje a su cabra, advierte que ésta se ha muerto, porque el «follaje era todo él oro, oro fino»; o la historia de la condesa Cecilia, con sus hermosas hijas, la cual viajando por el bosque para ir a Carlsbad primero es sal­vada y después hospedada por el conde de Riefenthal en un gran castillo suyo, donde hay ya un pequeño grupo de otros convi­dados, y más tarde, cuando llega a Carls­bad, se encuentra de nuevo en medio de las mismas personas, que muestran no recordar nada ni conocerla siquiera, y sólo en su camino de regreso, cuando hasta el gran castillo del bosque ha desaparecido, comprende que «Rübezahl ha andado» en la placentera burla — todas están contadas agradablemente con el tono ingenuoirónico propio de la mentalidad iluminista, por Karl Musäus (1735-1787), en un volumen: Leyendas de Rübezahl, contenido en la serie de sus popularísimos Cuentos populares de los alemanes [Volksmärchen der Deutschen, 17782-86 J. Una Daemonología Rubinzaii Silesii publicada en tres volúmenes (1662- 1665) por Johann Praetorius fue su fuente principal; y ha continuado siendo una de las principales fuentes hasta para colec­ciones más modernas, entre las cuales una reciente de E. Peuckert (1926).

Entre las inspiraciones que ha sacado de estas leyen­das la poesía culta, la creación más suges­tiva es el Libro de Rübezahl [Rübezahl­buch, 1915], de Carl Hauptmann, en el cual nueve diversos episodios son trasladados a un plano de sensibilidad moderna, con pers­pectivas que se abren hacia fondos simboliconaturalistas: la leyenda pierde con ello, en parte, su popular vivacidad, pero también en algunos pasajes adquiere nuevo empuje e inspiración.

G. Gabetti