Leonora núms. 1, 2, 3, Ludwig van Beethoven

Oberturas en «do mayor» op. 138 y op. 72, de Ludwig van Beethoven (1770-1827), escritas como introducciones (todas sustituidas después, en 1814, por la obertura definitiva de Fide- lio) y que siguieron las atormentadas vici­situdes de la única ópera de Beethoven. Resulta difícil establecer su cronología; es opinión común que Leonora n.° 1 (publi­cada en edición póstuma por Haslinger con el título de «Obertura característica» y el arbitrario número de op. 138), compuesta en 1805, no fue nunca ejecutada y fue in­mediatamente sustituida por la totalmente distinta Leonora n.° 2, op. 72; que Leonora núm. 3, en substancia una variante de la nú­mero 2, fue ejecutada en la representación de la ópera en marzo de 1806; y, finalmente, que la Obertura de Fidelio fue ejecutada como introducción a la obra en 1815.

Pero apoyados en la autoridad de Nottebohm, muchos opinan que la Leonora n.° 1 fue ejecutada en las representaciones de 1805, y la n.° 2 en las de 1806. En este caso, la Leonora n.° 3 debió ser compuesta en 1807, y jamás ejecutada como introduc­ción de la ópera (hoy es la que se inter­preta comúnmente en los conciertos, y que se suele intercalar en las representaciones de la ópera entre un acto y otro). Las tres versiones de Leonora dan testimonio de un verdadero cambio en la concepción beethoviana acerca de. la función de la obertura teatral en el sentido de una creciente auto­nomía. La primera Leonora utiliza abun­dantemente los temas de la ópera: el afán doloroso de Leonora en busca de su marido encarcelado, y la alegría del encuentro y de la liberación. La primera situación, triste y angustiosa, forma el preludio de la obertura, un «Andante con moto» intencio­nadamente informe e inquieto en sus con­tinuas mutaciones tonales. El «Allegro», en cambio, está constituido sobre un tema principal, indudablemente plástico y vigoroso en su expresión jubilosa, pero no exento de cierta vulgaridad, que el modo de tratarlo — en las formas tradicionales de la obertura teatral — acentúa un poco; poco antes del final se produce un hábil crescendo de indudable efecto rossiniano «avant la lettre.» Un tema secundario del «Allegro», es de por sí bastante insulso; pero su ritmo sincopado quedará en el tema principal (D) de la nueva versión. El «allegro» de la Leonora n.° 3 queda interrumpido en su mitad por un «Adagio, ma non troppo» en el cual resplandece el canto de Florestán en la cárcel.

Y éste es el efecto más poético de toda la obertura. En la segunda Leonora los pro­pósitos de Beethoven son radicalmente cam­biados. Ya no es una introducción al drama, subordinada y ligada a la representación, sino una síntesis sinfónica del propio drama y de su significación moral. Por esto, en el centro de la obertura se halla el punto culminante del episodio: la conmovedora escena de la cárcel, en la que Florestán y Leonora son salvados de la ira de su per­seguidor por la inopinada llegada del go­bernador. El solo de trompa que lo señala — situado en el centro de la obertura, donde primero se alzaba el doliente canto de Florestán — constituye una de las más profundas y emotivas páginas que la mú­sica sinfónica de todos los tiempos haya producido jamás. El canto de Florestán (C), transferido al largó «Adagio» inicial, re­suena nuevamente en cinco compases, después del episodio señalado por la trompa. En cambio, entre uno y otro toque agudo, aunque debilitado y modificado, el nuevo tema fundamental del «Allegro» (D), el cual, con el formidable crescendo y la rectilínea progresión de las modulaciones, produce la tensión heroica de la segunda y la tercera Leonora típicamente beethoviana, y bastante lejana del brillante con­vencionalismo de la primera obertura. La tercera Leonora constituye un paso hacia la autonomía sinfónica. Por otra parte, la forma ha sido también concentrada y hábil­mente aligerada, de manera que el propósito del autor parece haber sido el de conservar la intensidad dramática y heroica de la Leonora n.° 2, si bien atenuada en la forma clara y simétrica de la primera Leonora.

El largo «Adagio» inicial es muy reduci­do, y el canto de Florestán (C) predomina por completo. También la exposición del «Allegro» es menos larga, y aun conser­vando el mismo material temático, está escrita con mayor cuidado de la claridad instrumental, quizás en menoscabo de la sugestión poética. En la parte central y después de los sones de trompa desaparecen todas las evocaciones del primer tema (D) y el canto de Florestán (C); en cambio, responde, como en la escena de la cárcel, el intenso canto de gracias «Ah, du bist gerettet». Después de lo cual se tiene la gran sorpresa de esta tercera versión: todas las economías de tiempo que, recortando aquí y allá, había conseguido en el «Ada­gio» y en la primera parte del «Allegro», ahora las disipa en una grandiosa continua­ción del «Allegro», en perfecto estilo sinfó­nico y en forma regular de. sonata, que contiene un vertiginoso tiempo acelerado que se ha convertido en el caballo de ba­talla de los más célebres directores de orquesta. No hay duda de que esta ampli­ficación es dramáticamente superflua y que la olvidada Leonora n.° 2 es de todas las versiones la que más se ciñe al ideal poético del drama; pero precisamente gracias a esta insurrección del temperamento sinfónico de Beethoven, la Leonora n.° 3 adquiere la plenitud y autonomía musical que le han asegurado los mejores éxitos en los con­ciertos. Beethoven se mantendrá fiel a esta concepción en sus ulteriores grandes ober­turas: Coriolano (v.) y Egmont (v.).

M. Muccioli