[Lienhard und Gertrud]. Novela del escritor alemán Heinrich Pestalozzi (1746-1827), publicada en 1781 anónima, a instancias de Lavater. Pestalozzi salía entonces de la quiebra no sólo económica, sino moral, de su segunda tentativa socialpedagógica de una escuela en que los muchachos aprendiesen, además de leer y escribir, y hacer cálculos, también a hilar y tejer; embrión de escuela profesional. Esta tentativa le proporcionó primero el argumento para un cuento, que después Pestalozzi transformó en novela.
El éxito de la primera parte de Leonardo y Gertrudis que alcanzó una cuantiosa tirada, animó al autor a continuarla; así, en 1783 salió la segunda parte; en 1785, la tercera, y en 1787, la cuarta parte. Las dos primeras, destinadas «al pueblo», se distinguen netamente de las últimas, destinadas a la clase más «culta». En la carta a su amigo Battier, que sirve de introducción a la cuarta parte, el autor explica cómo en la primera quiso pintar la vida de aldea tal como es; después le pareció que debía mostrar también por qué las cosas estaban así, y finalmente, en las dos últimas partes, qué se podía hacer para que fuesen de otra manera.
En la primera parte nos presenta la aldea de Bonnal regida por un sistema casi feudal por el barón («Junker») Amer, de quien depende un Corregidor («Vogt») de nombre Hummel, quien a su vez ejerce la administración y justicia con los ancianos de la aldea. El barón y su pequeño estado dependen del Duque, que representa uno de tantos príncipes soberanos alemanes. Con todo, el carácter de los personajes y su manera de vivir manifiestan el origen suizo del autor. En Bonnal vive Leonardo, albañil, con su mujer Gertrudis y muchos hijos; el corregidor Hummel, que es propietario de una taberna, le atrae a beber más o menos al fiado, junto con los otros obreros y campesinos, a los cuales mantiene de este modo sometidos, reduciéndolos a la miseria. La valiente Gertrudis (v.) va a ver al barón y a exponerle su caso, el cual es, además, el de toda la aldea. El barón, poco a poco, ayudado por el párroco, consigue que se haga justicia, y el corregidor es encarcelado y obligado a restituir lo mal ganado. Hasta aquí Pestalozzi es todavía optimista a lo Rousseau, o sea que piensa que el hombre no está corrompido por naturaleza y que basta quitarle el vicio y la miseria para que se vuelva bueno. En las otras dos partes el autor mitiga su optimismo, dándose cuenta de la importancia de una educación metódica, sin la cual el hombre vuelve a caer en la culpa.
Gertrudis, que en las otras partes de la obra había sido iniciadora y realizadora de toda reforma, ahora no es ya la protagonista, sino sólo símbolo de la sana vida familiar, primer núcleo de todo gobierno prudente. Son protagonistas aquí el teniente Glüphi, maestro de escuela, que consigue formar la nueva juventud con un método particular suyo, que es, en realidad, el de Pestalozzi (v. Cómo educa Gertrudis a sus hijos) y Mareile, quien con su hermano dirige la hilandería de las muchachas. En la conciencia del trabajo y del ahorro se va de este modo buscando la regeneración del pueblo. No faltan amarguras al barón reformador, el cual, a pesar de las intrigas de corte urdidas por una clase de personas arrogantes y encerradas en su propio egoísmo, consigue por fin interesar al Duque por su aldea y persuadirlo a extender la reforma por todo el estado.
Este Duque fue en la vida real de Pestalozzi el Gran Duque de Toscana Leopoldo, quien, según parece, quedó efectivamente impresionado por el libro y se adhirió a las ideas en él expuestas; pero cuando la Toscana pasó al Imperio, todo se desvaneció. Leonardo y Gertudis encendió en el campo social uno de los grandes luminares de las reformas que llamearon a fines del siglo XVIII, exaltó el ideal de una religión cristiana universal aconfesional o. mejor dicho, superconfesional; despertó, además del sentido de la filantropía, el de la vida ordenada y honesta y virtuosa que caracterizó el «Biedermeyer», y creó aquella mentalidad del buen sentido práctico que los románticos combatieron con tanto encarnizamiento cuando degeneró en «filisteísmo». En el campo pedagógico obtuvo influencia más directa, así como en el de la narración moralista suiza (v. Uli el criado).
G. F. Ajroldi