Las Vírgenes de las Rocas, Gabriele D’Annunzio

[Le vergini delle rocce]. Es la primera (y la única) de las Novelas del Lirio de Gabriele D’Annunzio (1863-1938), publicada en 1896. Si por su fuerza fantástica no pertenece al mejor D’Annunzio, ocupa, en cambio, un lugar principal en la evolución de su arte, ya que vuelve decididamente las espaldas no sólo a la narración de tipo trivial intentada en el Inocente (v.), sino también a toda manera de sentir, inven­tar, escribir, según el criterio naturalista de la verosimilitud psicológica.

Este es también, a partir de esta novela, el mayor servicio rendido poéticamente a D’Annunzio por la doctrina del Superhombre, insinuada ya en el Triunfo de la muerte (v.): el ser­vicio de darle un punto de apoyo desprovisto de exigencias sentimentales y psico­lógicas, de modo que ya desde el principio su canto puede elevarse a una embriaguez y voluptuosidad que descansan únicamente en sí mismas y en la pura alegría que éstas le comunican, más allá (o más acá) de la necesidad de justificarlas. Por ello en este libro, como en los futuros, el motivo mejor de poesía no está allí donde la ideología superhumana quiere afirmarse en su propia persona; las páginas más débiles, inverosí­miles hasta el ridículo, son aquellas en que el protagonista Superhombre, Claudio Cantelmo, razona sobre su asco hacia la so­ciedad de su tiempo, sobre el derecho de dominio que pertenece a las clases aristo­cráticas, la necesidad para los nobles de sustraerse a la lucha mientras dure el actual estado de cosas, preservando en el retiro la estirpe aristocrática, hasta que un día el pueblo vuelva a inclinarse delante de uno de ellos ofreciéndole el título y la corona de «Rey de Roma».

Cierto que un justificado cansancio de la sociedad parlamentaria y democrática de aquellos años puede dar un fondo de racionalidad a semejantes ideas; lo que las hace absurdas es la manera abso­lutamente antihistórica de pensarlas; y hace ridícula la consecuencia sacada por el muy noble Cantelmo de casarse con una de las tres hijas de un anciano príncipe borbónico, sintiendo no poderlo hacer con las tres, con el fin específico de procrear al «Rey de Roma». Pero también aquí se echa de ver a lo que se reduce en este libro el tema del Superhombre, pues, indeciso en la elección de una de las tres lindas princesas, ni si­quiera esta incertidumbre se hace psicológicamente materia de concreta poesía, y que­da sólo el galanteo de las tres mujeres, con preciosas actitudes y gestos, sobre el fondo de aguas, rocas, jardines, amadas y corte­jadas hasta en sus mismos nombres: Mas- similla, Anatolia y Violante.

En sustancia, es la materia del Poema paradisíaco (v.) que vuelve aquí: consunciones, agotamien­tos, voluptuosidad, y la locura al acecho, perfumes, decadencias reales; la novedad del libro está en el absoluto olvido de todo lo que de humano persistía en la molicie de entonces, en el refinado agotamiento de la escritura, en la disolución de los perso­najes en rasgos decorativos; en fin, en la estilización de toda la materia. Dentro de estos límites el libro tiene páginas muy bellas, aunque especiosamente bellas, donde la prosa dannunziana no conserva nada de tal, sino la forma de la composición tipo­gráfica (especialmente los cantos de las tres princesas, en el «Prólogo») y anuncia el inminente retoñar de la poesía en verso en la Francesca da Rimimi (v.) y en las Laudas del cielo, del mar, de la tierra y de los héroes (v.). Para demostrarlo se pueden in­dicar, en las ‘páginas de la novela, anticipa­ciones poco menos que literales de ciertas estrofas de la Laus vitae (v.).

E. De Michelis

Una de las novelas más empalagosas desde el punto de vista poético. (L. Russo)

…su bellísima, aunque absurda, novela Las vírgenes de las rocas, en realidad más poesía que narrativa… (Sacheverell Sitwell)