Las troyanas, Eurípides

Tragedia de Eurípides (480-406 a. de C.), compuesta en el año 415. Nos quedan los títulos y algunos fragmentos de los dramas que constituían con ella una tetralogía: Alejan­dro y Palamedes, que la precedían, y el drama satírico Sísifo, que la seguía.

Las tres tragedias tenían por argumento tres momentos de un solo gran acontecimiento cantado por la epopeya: la guerra de Troya. Procedimiento éste al que Eurípides no re­curre sino en este caso, aproximándose sin duda intencionadamente a las trilogías com­puestas desde los tiempos de Esquilo. Las Troyanas representan el momento extremo de la inmensa tragedia. La ciudad ha sido invadida y destruida. Habiendo perecido todos los hombres, las mujeres de los ven­cidos, que forman el coro de la tragedia, esperan su destino en el campo de los triunfadores; no lejos humean los incendios en su patria. Poseidón, el dios que cons­truyó las murallas de Troya y que dispensó a la ciudad su benevolencia, lamenta en el prólogo tanta ruina y desolación.

Llega la diosa Atenea (v.), favorable a los griegos, que, ofendida por el ultraje hecho a Casandra (v.), arrojada a la fuerza de su templo, afirma que los griegos serán castigados por el sacrilegio con un doloroso retorno, en medio de la tempestad. A partir de este momento aparece patente la tendencia mo­ral del poeta. Malvado es quien abusa sal­vajemente de la victoria. La vieja Hécuba (v.), abatida junto a la puerta de su tienda, llora su destino, exhortándose a sí misma a una dolorosa resignación, y mal­dice la causa de la guerra, la odiosa espesa de Menelao (v.). Dividido en dos semicoros, entra el coro de las mujeres troyanas y entre dolorosos lamentos se pregunta, an­gustiado, cuál será su suerte y en qué parte de Grecia habrán de sufrir la esclavitud.

Llega el heraldo Taltibio trayendo el de­creto de los jefes griegos. Anuncia que cada una de las mujeres ha sido asignada a un dueño. Casandra, la virgen profetisa, será esclava y concubina de Agamenón (v.); Polixena está destinada a la tumba de Aquiles (piadoso modo, no comprendido de momento por Hécuba, de decir que le será sacrificada); la esposa de Héctor (v.). Andrómaca (v.), irá con Pirro, hijo de Aqui­les (v.), y finalmente la vieja Hécuba será esclava de Ulises (v.). En la tienda de Casandra, entretanto se ve brillar una cla­ridad como de incendio, y de ella sale re­pentinamente, agitando una antorcha, ia profetisa delirante, entregada a una danza desenfrenada. Con una desesperación que parece furor de alegría, ella celebra las bodas en las que será violado su cuerpo consagrado a los dioses, y canta para sí misma el himeneo, que es ahora un canto de muerte.

Cuando logra apaciguarse, pero sin abandonar su tono de siniestra alegría, profetiza ia desgracia a que dará lugar su unión con Agamenón e invita a la madre a sentirse gozosa de la ruina de los destruc­tores de su patria, que se logrará gracias a ella. La ciudad vencida será más feliz que los vencedores. El heraldo se lleva a Casandra, mientras Hécuba vuelve a evo­car sus desventuras pasadas y deplora su futura suerte de esclava. Un canto en el que el coro vuelve a vivir el último día de gloria de Troya, la fatal ilusión del caballo, la ruina inesperada de la ciudad, cierra este episodio dominado por la figura de Casan­dra. Sigue una escena en que domina la desgracia de Andrómaca. Llega ésta con su hijo Astianax (v.) para anunciar a Hé­cuba una nueva amargura: su hija Polixena ha sido sacrificada sobre la tumba de Aquiles.

Mientras Andrómaca trata de consolar a la madre desesperada llega de nuevo Taitibio, quien vacila esta vez ante la crueldad inaudita de que debe ser anunciador. Los griegos, por consejo de Ulises, han decidido matar al pequeño Astianax, arrojándolo desde lo alto de las murallas. La madre, ya sin fuerzas, no intenta resistir. Llorando se separa del hijo y maldice furiosamente a todos los griegos. En una intervención del coro se canta la historia de la ciudad, des veces destruida. Otro episodio está de­dicado al encuentro de Menelao (v.) con Elena (v.). El héroe espartano viene a reprender a su esposa. Manifiesta su propó­sito de llevarla consigo a Grecia para casti­garla con la muerte en cuanto lleguen. Celebra Hécuba esta decisión, pero lo ex­horta a no entretenerse con ella, para no caer en las redes del amor. Ella conoce a la mujer que ha sido la causa de toda su ruina. Sus ojos tienen fuerza para destruir hombres y ciudades.

Entra Elena y soli­cita de su esposo la merced de poderse defender antes de morir. Menelao se lo con­cede. Hécuba hablará después contra ella. Las dos mujeres pronuncian sus discursos, Elena atribuyendo a ia diosa Afrodita toda la culpa. Hécuba negando sarcástica­mente las culpas divinas y acusando tan sólo al espíritu vano, ávido, rapaz e insen­sible de Elena. Parece que Menelao se deja convencer por las razones de la vieja reina, pero se adivina que, a pesar de man­tener una aparente dureza, acabará por perdonar a Elena. En otra intervención el coro invoca a Zeus (v.) como testimonio de la desventura troyana y suplica que cas­tigue con sus rayos la nave de Menelao que llevará a Elena a su patria. En el último episodio, Taltibio trae a Hécuba el cuerpo del pequeño Astianax. Andrómaca ha sido ya embarcada en la nave de Pirro. La abuela rendirá al hijo de Héctor los últimos honores, y Hécuba llora sobre el cuerpo del niño, recordando su belleza y su semejanza con Héctor, evocando sus pa­labras infantiles y deplorando todas las esperanzas muertas con él.

Luego hace traer el escudo de Héctor y sobre él manda poner al niño. Así tendrá una digna sepultura. Se eleva el lamento fúnebre y apenas ter­minado el piadoso oficio retorna Taltibio. Trae la orden de que los soldados griegos entreguen a las llamas toda la ciudad de Troya. Hécuba debe alejarse para marchar en la nave de Ulises. Junto con el coro ella entona la última canción, un canto de muerte, en honor a su patria. En lonta­nanza vense arder los templos de la ciudad, y con fragor caen los sagrados edificios de la roca de Pérgamo. Ya no existe Troya. El doloroso cortejo de los prisioneros marcha hacia su destino. Este drama, en que se cumple la suerte fatal de unas pobres mu­jeres privadas de toda defensa, no tiene, ni podía tener, una acción dramática pro­piamente dicha. Por ello son injustificadas las censuras que viejos críticos elevaron, acusándola de no estar bien estructurada. Está compuesta de episodios distintos en los que se refleja una sola desventura, todos los cuales tienen como centro la figura de Hécuba, afirmada desde el prin­cipio sobre la escena como personificación viva de un inmenso dolor.

La estructura misma del drama no podía ser más genial en su necesaria sencillez. De los episodios, algunos, sobre todo el de Casandra, alcan­zan la gran elevación de una novísima poesía. Y en todo el drama el sentido de la presencia viva y aguda del dolor se condensa en una síntesis nueva con la con­vicción profunda de la heroicidad y de la belleza de todas las desventuras frente a la aparente victoria de los destructores. [Trad. española de Eduardo Mier y Barbey en Obras dramáticas, tomo II (Madrid, 1909)].

A. Setti