[Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen]. Obra, publicada en 1911, del teólogo y filósofo protestante alemán Ernst Troeltsch (1865-1923), en la que trata de establecer cuáles han sido las causas, en las diversas épocas, desde el punto de vista religioso y dogmático, de la posición de las comunidades cristianas con respecto a la ética social, la familia, el trabajo, el derecho y el Estado.
El Cristianismo primitivo no tiene una doctrina social, antes bien se sitúa en radical antítesis con el mundo, cuyo próximo fin espera. Una posición más positiva respecto al mundo se logra después merced al choque de la ética estoica con la idea judaico-cristiana de la creación. El mundo, como «creación», no es totalmente malo, y las leyes que corresponden a sus exigencias primordiales deben considerarse como expresiones de la voluntad divina. El concepto de naturaleza es ambivalente: ello significa por una parte, la naturaleza original, que es buena; por otra, la naturaleza corrompida por el pecado. Al primer significado se une la idea de un derecho natural, absoluto y divino, identificado con el Decálogo; al segundo, la idea de que el Estado, con su derecho positivo, está ordenado por Dios para frenar las consecuencias destructivas del pecado. Después de la victoria del Cristianismo, la idea teocrática judía, transferida a los emperadores romanos, ofrece un nuevo argumento en favor del acuerdo del Cristianismo con el mundo.
Se plantean así las condiciones para la unidad y la universalidad de la cultura cristiana medieval, en la que el mundo de la naturaleza y el de la gracia, el derecho y la caridad, el Estado y la Iglesia, se disponen jerárquicamente en dos planos, de los cuales el superior presupone e integra el otro, mientras el ascetismo de las órdenes monásticas y de las sectas heréticas continúa manifestando con su intransigencia la existencia cristiana de la negación del mundo. El protestantismo representa una posición nueva respecto al mundo. Abandonada la armonía jerárquica de la Edad Media, la tensión propia de la vida monástica se traslada a la existencia cotidiana. Con la idea de la «vocación» el mundo es al mismo tiempo aceptado y transcendido. El calvinismo, en particular, desarrolla un ascetismo que no se aparta del mundo, sino que actúa en éste. En las funciones de la vida mundana, en la laboriosidad sobria y severa, en el éxito que corona la actividad profesional y en la riqueza misma, que es fruto del trabajo, los «elegidos» calvinistas procuran confirmar su salvación eterna.
Surge así un tipo particular de ética, que más tarde será la del capitalismo. Por otra parte, en el protestantismo el concepto del derecho, natural e histórico, del Estado y de la Iglesia misma, considerado desde el punto de vista sociológico, no difiere sustancialmente del católico. La Iglesia continúa siendo la institución objetiva que acoge bajo su disciplina la masa entera de la población cristiana. Pero en las sectas espiritualistas, que a partir del siglo XVII se van diferenciando cada vez más decididamente de las Iglesias históricas, se desenvuelve un tipo de comunidad, ya conocido en la Edad Media: el de la «secta», que recluta a sus miembros uno a uno, exigiéndoles una profesión de fe personal. En las sectas espiritualistas del protestantismo maduran los principios del individualismo, de la tolerancia y de la democracia, que logran su más completa expresión laica en el liberalismo.
G. Miegge