[Les tenailles]. Drama en tres actos de Paul Hervieu (1857-1915), estrenado en 1895. Es la tragedia de dos voluntades hostiles, encarnadas en un hombre y en una mujer que la ley ha unido por medio del matrimonio.
La ley misma, ora cómplice, ora justiciera, proporciona a uno y a otro las armas para sujetar a su compañero al yugo común cuando, en dos momentos sucesivos, uno de ellos querría sustraerse a ese yugo. Fergan es un marido sin particular fisonomía, ni bueno ni malo, uno de tantos hombres que, antes de quedarse demasiado calvos, se han casado prudentemente con una bien dotada muchacha de buena familia, apenas salida del colegio. Esta joven, Irene, después de haber intentado amarle con toda su buena voluntad, se encuentra, al cabo de diez años, ante un extraño con quien nada tiene de común, y, desesperada, reclama su libertad. Pero su libertad se estrella contra la de su marido, quien, escudado en su derecho legal, le niega el divorcio, pretendiendo la ejecución de aquel contrato matrimonial que implica para él tantas ventajas materiales y morales.
Irene, exasperada, se arroja en brazos del hombre que la ama,, de quien querría ser honradamente esposa, y le grita: «¡Haz de mí lo que quieras!». Pasan los años. Entre los esposos Fergan. se ha hecho, en apariencia, la calma. Pero la educación de su hijo reaviva el conflicto : Irene, que teme por la salud del niño, no quiere apartarlo de su lado; el marido decide encerrarle en un colegio y, sordo a todas las súplicas, se dispone a conducirlo allá. Entonces Irene arroja la verdad a la cara de su marido: él no tiene nada que ver con aquel niño, que ha nacido del adulterio. Esta vez es Fergan quien quiere romper aquel vínculo con Irene, con aquel niño a quien no puede odiar, a quien no debe amar. Pero Irene se niega, ahora, a sacrificar las ventajas que para el niño proceden de su nacimiento legal. Los dos reanudarán ahora juntos el camino; sólo ahora, finalmente, iguales en el abismo de su desgracia. La tesis jurídica del divorcio, que será reanudada en La ley del hombre (v.), es desarrollada por Hervieu con la máxima sobriedad de procedimientos: nada de situaciones excepcionales, ni declamaciones, ni efusiones sentimentales.
Conflicto de voluntades más que de pasiones, construido y resuelto por una inteligencia lúcida y lógica, este drama tiene el defecto que hallamos en todo su teatro: hace reflexionar, pero no emociona; deja al lector más pensativo que conmovido.
E. C. Valla