[Les Forces Tumultueuses]. Colección de poemas de Émile Verhaeren (1855-1916), publicada en 1902. Es un himno a la vida, a los aspectos frenéticos de la vida en el mundo moderno.
A través de cuanto existe, Verhaeren cree descubrir una fuerza única: «Toda la vida, con sus leyes, con sus formas / Múltiples dedos nudosos de alguna enorme mano / Se entreabre y vuelve a cerrarse una y otra vez en un solo puño: la unidad…». Este panteísmo exalta al poeta. Si la vida misma palpita en todas las cosas, no existe ni existirá una barrera absoluta entre el hombre y la divinidad: identificarse totalmente con la más pequeña fuerza, es ya identificarse con Dios. Es esta conmovedora tentativa la que Verhaeren celebra al alabar al mundo moderno: el hombre logra ser el dueño de las fuerzas de la naturaleza; cada vez más logra poseer todo el dominio del ser; de este modo va liberándose de la necesidad, del azar, de lo sobrenatural: «En todo el universo el hombre sólo tiene un dueño, él mismo / Y el universo entero es este dueño, en él…». La vida para Verhaeren, no es en principio un orden de contemplación, ley racional e inmutable inscrita en las cosas. Más bien toma la forma de una energía desmesurada, a menudo sin control y sin piedad, que no se preocupará por nada y que si la necesidad lo exige destrozará a los débiles, pues sólo así podrá ser más profundamente afirmada la unidad. El aspecto más perfecto que toma esta energía es, naturalmente, el amor.
Él es esa fuerza que consume, destruye y devora, pero que siempre une — pues la unión para Verhaeren está muy próxima a la disolución. Desde este punto de vista todo amor es bueno, cualquiera que sea el aspecto en que se ha manifestado a través de las diversas edades, y el poeta lo canta; al amor pagano, que rehúsa la elección y se da espontáneamente a todo; al amor que se priva a sí mismo, dominado por la idea del pecado, el sufrimiento cristiano; pero, sobre todo, al amor nuevo, que exige toda la humanidad, y que es para Verhaeren la mayor revelación moderna. Todas las «fuerzas tumultuosas» que agitan a los hombres, no son sino una tensión terrible hacia el don total del ser. Por lo tanto, todas ellas son santas; y Verhaeren exalta con preferencia a los gigantes solitarios: a las grandes y robustas figuras medievales, ortodoxas o heréticas, a un San Bernardo o a un Lutero. A ellas solas apunta toda la simpatía del poeta. A lo largo de toda la colección se manifiesta la glorificación del conquistador, es indistinto que sea tribuno o banquero, Verhaeren entona un himno a la gloria del oro, del tirano que ha humillado a los reyes y destrozado los pueblos, de las muchedumbres que llevan en ellas el porvenir, de la enamorada, poseída por la sed de placer, que hace del hombre su presa y no vive para otra cosa sino para «vivir, vivir y vivir todavía». Pero más próximo a este ideal de poder absoluto se halla todavía el poeta de verdad, el sabio, que llega a ser, en Verhaeren, el nuevo santo de la religión panteísta de exaltación y de conquista de la vida. Las Fuerzas Tumultuosas son un violento grito de amor por el mundo moderno. Desde este punto de vista, aun cuando la expresión pueda parecemos hoy anticuada, son proféticas y traducen con verdadero acierto el tiempo que ellas querían exaltar.