[Les demi-vierges]. Novela de Marcel Prévost (1862-1941), publicada en 1894 y convertida en drama en 1895. Es una de sus obras más notables, y lo es sobre todo porque atrajo la mirada del público hacia un aspecto particular de la moderna corrupción de costumbres, creando, para indicarlo, ese vocablo que ha pasado a las demás lenguas. La «demi-vierge» es la muchacha corrompida y calculadora que sabe conservar su integridad física, enmascarando las peores depravaciones del espíritu. Prévost, introduciéndonos con su novela en un mundo parisiense en la que la «demi-vierge» parece constituir la regla, nos ofrece una serie de figuras femeninas en las que están contenidas todas las variedades del género.
La protagonista, Maud de Rouvre, es sin duda la menos característica de todas, en cuanto que exteriormente observa una corrección ejemplar, desconocida en su mundo. Fina e inteligente, orgullosa y voluntariosa, aspira a un rico matrimonio que la libere de la fatiga cotidiana de hacer frente, con los restos de un patrimonio disipado por la imprevisión paterna, a sus costumbres de lujo y refinamiento. Ha conseguido enamorar a un rico y noble propietario rural, Máximo de Chantel, y lo lleva hasta los umbrales del matrimonio, adormeciendo con sus finísimas artes las sospechas y los temores que angustian la sensibilidad del caballero campesino, en contacto con el mundo equívoco que ella frecuenta. Pero Maud se ha hecho demasiadas ilusiones creyendo poder dominar con su encanto los celos de su amante; Julián de Suberceaux es un pisaverde que vive del juego y otros expedientes, pero en la violencia de su pasión es demasiado sincero para cederla a un marido. Aun sabiendo que así la perderá para siempre, grita a Máximo la verdad de sus relaciones con Maud, y luego se mata.
La novela termina con la trágica devastación que ha dejado la aventura en el corazón de Máximo, mientras, en contraste, florece junto a él el idilio de su ingenua hermanita y de un parisiense que, fatigado de la corrupción de su mundo, va a provincias a buscar esposa. La novela intercala aquí y allá expresiones de reprobación para las corrompidas costumbres que describe; pero la refinada gracia con que el autor disculpa a su mundo, la habilidad con que a las más escabrosas situaciones aplica el arte sutil de la perífrasis y de la alusión que más que indicar sugiere, que más que disgustar interesa, hace muy suspecto, si no en las intenciones, al menos en los efectos, su oficio de moralista.
E. C. Valla