[Le quattro stagioni]. Serie de cuatro conciertos para instrumentos de cuerda de Antonio Vivaldi (1675?-1743) —conocido, por el color de su cabello con el nombre de «el cura rojo»—, publicados en Amsterdam en la colección Il Cimento de Varmonie e dell’invenzione, op. 8, entre 1695 y 1716 y en edición moderna al cuidado de Bernardino Molinari en 1927. Cada uno de los cuatro conciertos lleva por título el nombre de una estación del año.
El conjunto instrumental se compone de un violín solista, de primeros y segundos violines, violas, violonchelos y contrabajos, con el apoyo del bajo continuo (clavicémbalo y órgano). A menudo se desprenden de los violines varios «solos» que, uniéndose al violín principal, forman así el llamado concertino del «concerto grosso»; con todo, el violín solista emerge casi siempre sobre la masa de la cuerda, de manera que se obtiene un término medio entre el «concerto grosso» y el «concerto solistico» sobre el esquema «allegro-adagio-allegro». A cada concierto se antepone un «Soneto demostrativo», para ilustración de las imágenes evocadas en la música.
El soneto de la «Primavera» empieza: «Giunt’é la primavera e festosetti / La salutan gli augei con lieto canto / E i fonti alio spirar dei zeffiretti / Con dolce mormorio scorrono intanto», después vienen rayos y truenos, al cesar los cuales los pajaritos vuelven a gorjear. Esto forma el asunto del primer «Allegro en mi mayor» penetrado de gozosa vitalidad lleno de pasajes gorjeantes de los violines alternados con ondulaciones fluidas y «trémolos» impetuosos. El «Largo en do sostenido menor» describe el sueño del pastor o «capraro» al «caro mormorio di fronde e piante» y «col fido can a lato». Es un canto de violines y violas; un trozo algo breve pero potentísimo, entre las más bellas inspiraciones de Vivaldi. El tercer tiempo, «Allegro», es una danza campestre.
El concierto del «Verano», en «sol menor», expresa el sopor de los hombres, de los animales y de las plantas bajo el ardor del sol («Sotto dura stagion dal solé accesa / Langue l’huom, langue il gregge ed arde il pino»), acompañado de los tristes gorjeos del cuclillo, de la tórtola y del jilguero, y de la lucha de los vientos, precursora de tempestad que irrumpe al fin impetuosa. El primer «Allegro» está, contra la costumbre, desmenuzado en varios trozos, alternativamente agitados y tristes; son bellos especialmente los segundos, y más que todos el último, que expresa el llanto del pastor temeroso de la tempestad, trozo de quejosa expresividad, con armonías que modulan y cromatismos muy atrevidos. La atmósfera de tristeza se desarrolla principalmente en el «Adagio» («Toglie alie membra lasse il suo riposo / Il timore de’ lampi, e tuoni fieri, / E di mosche e mosconi il stuol furioso») que es quizás el tiempo más bello, penetrado de un sentido de calma expresado de modo impresionista pero idealizado en su forma; el «Allegro impetuoso» que sigue describe la tempestad.
En el concierto del «Otoño», en «fa mayor», el primer «Allegro» es una escena báquica que termina con expresión de fatigado abandono («Celebra il villanel con balli e canti / Del felice raccolto il bel piacere, / E del liquor di Bacco accesi tanti / Finiscono col sonno il lor godere»). También aquí, el tono del final del primer tiempo se continúa en el segundo, otro magnífico «Adagio», en que el sopor casi se transfigura e idealiza en feliz olvido. El «Allegro» final es una escena de caza con imitación del son de los cuernos, descripción de la persecución de la fiera, los últimos jadeos de ésta y su muerte.
En el concierto del «Invierno»,’ en «fa menor», Vivaldi reproduce, también con procedimientos que se pueden llamar, con respecto a la época, impresionistas, la sensación del frío y del hielo; aquí particularmente la expresión del primer tiempo se enlaza con la del último, mientras el «Adagio» es un suave intermedio reposante que expresa la serenidad del hogar doméstico. La conclusión del final, impetuosísimo, produce, sin embargo, una impresión gozosa que, en efecto, responde al verso final del soneto: «quest’é il verno, una tal, che gioca apporte»), como si el drama de las alternancias de las estaciones se resolviera al fin en el entusiasmo por la creación de la vida. Y tal es, en el fondo, el significado de esta obra de arte, en que parece casi revivir, en medio de una inspiración musical de sano idilio del siglo XVIII, el clásico mito de Dionisos, personificación de la eterna alternancia de florecimiento, decadencia y renacimiento de la naturaleza. A la belleza de la obra contribuye grandemente la riqueza y vitalidad rítmicas, sobre todo en la parte del violín solista que campea también en el elemento descriptivo y virtuosista, revelando una vez más en su autor el profundo y genial conocimiento del instrumento.
F. Fano
Compositor muy mediocre. (Goldoni)
Vivaldi representa la tendencia de la música instrumental italiana hacia una forma armónica, como ya había sido realizada en Italia en la ópera, cuya sencilla claridad de línea y delicada eficacia, eran sus mayores méritos. (Parry)
Sus notaciones paisajistas tienen toda la primordialidad y aun la virginidad de las primeras impresiones apenas esbozadas, tanto en el caos de las sensaciones que se agitan, como en la sosegada embriaguez de la contemplación. (F. Torrefranca)