Las Aves, Aristófanes

Comedia de Aristófanes (hacia 450-385 a. de C.), consi­derada generalmente como la obra maestra del poeta: se representó en 414 a. de C. Dos atenienses cualquiera, Pistetero (fiel amigo) y Euélpides (buena esperanza) están hartos de Atenas con sus demagogos, sus procesos, sus de­latores y sus continuas convulsiones polí­ticas. Hacen por fin sus equipajes y mar­chan hacia el país de la fantasía en bus­ca de Tereo, para ver si este mítico rey, emparentado con los atenienses, y que la leyenda decía se había trasformado en abubilla, había encontrado alguna vez en sus vuelos una ciudad donde se pudiera vi­vir sin disgusto. Llegan pues, a su morada, escondida entre el follaje de un cerro bos­coso; y Pistetero, al ver al dueño de la casa salir cómicamente disfrazado de ave, tiene una idea: ¿por qué no se funda con las aves una ciudad en el aire, a medio ca­mino entre los hombres y los dioses? Se tendría así el dominio sobre los unos y so­bre los otros, interceptando el humo de las víctimas que sube desde los mortales hasta los celestiales. Euélpides, conforme a su temperamento, queda con la boca abier­ta ante la genial idea; también Tereo está entusiasmado, y con una extraordinaria canción, llena de imágenes aéreas y de me­lodiosas imitaciones de las voces de las aves, reúne junto a sí al pueblo de los pluma­dos. Entra a continuación el coro, cuyos componentes van vestidos de aves de todas clases.

Desde el principio la presencia de los hombres produce la más fiera hostilidad entre los alados; pero Pistetero, con un discursito diplomático, atrae aquellos volu­bles y menguados cerebros a su proyecto. Se fundará, pues, la ciudad, que tendrá un nombre adaptado a su naturaleza: Nefelococigia. Entre bellísimos in­termedios cantados por los coros, mientras en las nubes, invisibles a la escena, se tra­baja sin cesar en la construcción de las murallas, Pistetero se reviste para los sa­crificios rituales, y ante él pasa una serie de graciosas siluetas sacadas de la vida pública ateniense: el sacerdote, el poeta, el agorero, el agrimensor, el inspector, el ven­dedor de decretos. Todos son echados a ca­jas destempladas, y entre tanto los mensa­jeros, que vienen del trabajo, describen de la manera más amena la obra que allí se levanta, y que de un momento a otro esta­rá terminada. La empresa tiene sus conse­cuencias inmediatas: de la tierra llega un muestrario de enredones y trapaceros que en vano intentan obtener la ciudadanía en Nefelococigia. Y por otra parte, Iris, llovida del cielo, es devuelta a Júpiter con la inti­mación de que, de ahora en adelante, los sacrificios de los hombres deben ser desti­nados a las aves y no a los númenes del Olimpo. Los dioses, sumidos en el hambre, mandan una embajada integrada por Poseidón, Heracles y un numen bárbaro, que habla su lenguaje incomprensible. Des­de un principio las negociaciones son in­ciertas; pero cuando Pistetero está asando algunos pajarillos condenados a muerte por conspiración aristocrática, Heracles, engo­losinado, no puede resistir por más tiempo y favorece la cesión del universo a los se­ñores de Nefelococigia.

Se llega así al final bajo la forma de las alegres bodas de Pis­tetero con Reina administrado­ra de los rayos de Júpiter. La trama es de­licada, y el encanto de la comedia estriba sobre todo en la jocosidad de la invención, continuamente avivada por una cantidad de detalles sabrosos, en la fresca melodiosidad de las partes líricas, en la ligereza de toque con que el mundo descuidado de las aves es evocado y contrapuesto al mundo hu­mano. La comedia fue representada en Ate­nas durante la famosa expedición preparada para la conquista de Sicilia, emprendida con tanta esperanza y llevada a cabo con tan grave desastre. Aristófanes en toda su carrera de autor cómico había tomado parte muy activa en la vida política de la ciudad, propugnando la causa de la paz y denun­ciando los peligros de la demagogia; pero desconfiado sobre la posibilidad de poner remedio a los males, parece que en esta comedia se refugia en el mundo de los sue­ños, dejando libre juego a la fantasía poé­tica. Nada autoriza en efecto a buscar en Las aves una alegoría demasiado minuciosa de las cosas de Atenas. El poeta no toma del todo en serio sus invenciones, y la sáti­ra política, menos continua y menos directa que en sus obras precedentes, se resuelve en la risa de indulgencia de quien ve la irremediabilidad de la necedad humana. [Trad. española de Federico Baráibar y Zumárraga en Comedias, tomo III (Madrid, 1881), y de R. Martínez Lafuente, Comedias, tomo III (Valencia, 1916)].

A. Brambilla

Las comedias de Aristófanes son obras de arte que admiten ser contempladas por cual­quier lado.  (F. Schlegel)

¡…He releído el inmenso, el sacrosanto, el incomparable Aristófanes! ¡Ese era un hombre! ¡Y qué mundo aquél en que se producían obras de tal género! (Flaubert)

…el austero sentido de la poesía y de la forma artística que demuestra aun bajo fórmulas de apariencia ética. (B. Grocel)