[The Dream of the Rood]. Breve poema anglosajón, en ciento cincuenta y seis versos, contenido en el famoso «Codex Vercellensis» (siglo XI) de la biblioteca capitular de Vercelli. Es atribuido a Cynewulf, por cuanto un asunto semejante lo ofrece un pasaje de la Elena (v.), obra en la cual este poeta declara haberse convertido gracias a la contemplación del «Árbol de la Gloria»; también es afín a la aparición del poema Cristo (v.), y tiene numerosas semejanzas con las obras de este autor, en el estilo y en la forma. El poeta narra el más excelso de los sueños, que le ocurre durante una noche.
Un árbol maravilloso, una gran cruz, toda ella sembrada de gemas brillantes, irradiaba un esplendor sobrenatural, adorado por los ángeles, y contemplado con reverencia por los hombres. Pero también bajo el esplendor de las piedras preciosas se advertían las huellas de los clavos y de la sangre, y el alma del poeta se hallaba dominada por una profunda turbación. Entonces el árbol sobrenatural comenzó a hablar, contando cómo había sido abatido en el bosque para ser convertido en cruz, instrumento infamante; ésta había sido plantada en lo alto de una colina, y el Rey del universo, fuerte y seguro, había subido a ella para redimir al género humano. Debió haberse inclinado al sentir el contacto del Cuerpo Divino, pero su deber era mantenerse firme aunque temblase; habría podido perjudicar a los hombres crueles que atormentaban al Señor de los Cielos, pero había resistido sufriendo como su Divino Héroe.
Había asistido a la sepultura del cadáver del Rey triunfal, y luego llegaron hombres que echaron por tierra una tras otra las cruces y las enterraron, hasta que ésta fue milagrosamente encontrada y honrada a través de los siglos con santo temor, como signo de victoria. La eterna salvación de los hombres consistía ahora en la adoración de la Cruz. El poeta, una vez despierta del sueño, sufre horas de angustia, pero luego recobra la serenidad con la esperanza de que la imagen refulgente de la visión pueda sacarle de la vida dolorosa y pasajera, para llevarlo a la felicidad del Paraíso. El poema, todo él penetrado de divino ardor, es el primero que introduce en la literatura anglosajona la forma de la visión. El arrepentimiento por las culpas cometidas, la humilde ‘adoración de la Cruz, la esperanza de la eterna salvación, el impulso sincero del misticismo (sentimientos que retornan en varias obras posteriores de la literatura inglesa) son expresados en forma incisiva, con un contenido y ardiente afecto, y hacen de esta obra una de las más bellas poesías religiosas de la época.
G. Lupi