Es la más significativa colección lírica del poeta neogriego Costis Palamás (1859- 1943), publicada en 1904. Comprende varias partes distintas cronológicamente y diversas en inspiración y en tono.
El título «Patrias» reúne sonetos, a veces de recatada elegancia, inspirados en lugares de Grecia, amadas residencias de Palamás: vibra en ellos el anhelo de la «Gran Idea» junto a enternecidas emociones, al pensar en su humana realidad, y tal vez en sus repliegues autobiográficos es donde el tono de estos cantos de Palamás es más incisivo. Idilios de juventud, claridad de naturaleza, sombras muertas adormecidas desde largo tiempo en los abismos del inconsciente afloran de él un día (grupo «El regreso»), y la memoria los elabora en canto («El muerto»). En el poemita «La sensitiva», mito inspirado en la naturaleza, parecido a la Sensitiva (v.) de Shelley, Palamás, fingiendo escuchar el lenguaje de las flores, presta a las cosas de la naturaleza su propia sensibilidad.
Las «Cien voces» son, en realidad, breves fragmentos en metros diversos y de notable agilidad rítmica, fríos algunos como meros ejercicios, otros, en cambio, felices improvisaciones; descripciones y cuadritos graciosísimos, inspirados especialmente por la naturaleza: o bien recogimientos evocadores y meditativos acerca de la historia, del arte (ideales de clasicismo; constancia de la «belleza» desde la Grecia minoica hasta la actual); recuerdos literarios de diversas procedencias, y una frecuente alegorización y mitificación de la Armonía, la Belleza, el Ritmo, el Arte y el Pensamiento. No faltan rasgos satíricos, acentos de dolor, sombras de muerte; también el recuerdo de su hijo, cantado ya en Tumba, reaparece; a menudo un ímpetu de esperanza que se efunde en amplios períodos rítmicos, es truncado bruscamente por negaciones rotundas en el verso final.
Algunas de estas composiciones, superficialmente emparentadas con las Myricae (v.) de Pascoli, se hicieron populares. Está inspirado en la lectura de Hesíodo, del cual son reproducidos y a veces parafraseados algunos lugares famosos, el poemita «El ascreo», donde reaparecen los tonos elegiacos y la fisiolatría característica del poeta, pero acentuados en una concepción más profunda y compleja; fue muy notado el fundamental lirismo de este poemita en el cual el ascreo se identifica con Palamás y la íntima penetración de episodios narrativos de experiencias psicológicas, aunque están a veces oscurecidas por un simbolismo conceptualista no insólito en este poeta. Su educación clásica, que le mueve a veces a recordar y elaborar de nuevo mitos o figuras literarias de la Antigüedad, se transparenta también en las «Odas de Alceo», libre fantasía sobre el episodio de la fealdad del lírico lesbio, debida, según el poeta, a un maléfico hechizo de la naturaleza, a las incitaciones de la vida y del amor.
En esta colección mucho más que las voces mezcladas y contradictorias de paganismo y de cristianismo, o las ideas nietzscheanas, los alegorismos y los tonos didascálicos y proféticos, quedan vivas y presentes en la memoria ciertas coloreadas representaciones de fabulosos países floridos; jardines y tumbas, contemplaciones y tristezas: en los «Pensamientos de la Aurora» los niños retozan dulcemente en los prados («de verdes paños hacen un amplio cielo / prodigio a los maravillados ojos de las flores») seguidos en rápidas carreras («flotaban sueltas cabelleras rubias / como banderas en el campamento»); en «Canto sencillo», entre las flores, nueva Matelda, la Fantasía, madre y hermana de los ocultos impulsos interiores; todo dolor se transfigura; lo que muere resurge en la «Anastasis» luminosa. Otras muchas poesías merecerían ser recordadas. La vida inmutable basta con su diversa composición para dar una idea del poeta en los aspectos salientes de su inspiración y de su arte. Es en ella notable, sobre todo, el canto sabroso, trémulo, inconfundible de su lengua poética, fluida y vibrante sobre los sabios apoyos de los ritmos iluminados por una áurea belleza y riqueza de adjetivación.
F. M. Pontani