Este largo poema narrativo en estrofas de cinco alejandrinos monorrimos, fue compuesto tres años después de los hechos que relata: la muerte de Thomas Becket, primado de Inglaterra, en su catedral de Canterbury, por los caballeros del rey Enrique II, es decir, en 1173.
Compuesto en dialecto anglo-normando, es a la vez un documento histórico y una de las más puras obras maestras de la literatura narrativa durante la Alta Edad Media. Todo el poema se centra en el final dramático, la muerte del prelado en su catedral. Desde su regreso del exilio, Tomás aguardaba la muerte; el día de Navidad, en el que debía ser asesinado, había declarado, al final de su sermón: «Ci sait, fet-il, venuz, entre vus mort suffrir» («Éste sabe — dijo — que ha venido a morir entre vosotros»). Uno de sus clérigos había profetizado: «Están aquí las reliquias de un mártir auténtico, san Alfe;/si Dios quiere, veréis en él presente a otro». Cuando los caballeros del rey penetraron en el palacio, santo Tomás quedó solo, como Jesús ante los soldados de Pilatos; sus clérigos, sin embargo, le llevaron a la fuerza a la iglesia, creyendo que así podrían protegerle.
Tomás se resiste: «Vus n’avez ci ke fere, Dieu en leissiez penser» («Nada tenéis que hacer aquí vosotros; dejad a Dios que se ocupe de ello»), y se presenta a las gentes del rey; cuando éstos le quieren hacer salir, a fin de no perpetrar su crimen en un día de Navidad dentro de una iglesia, Tomás resiste. Pero cuando aquéllos le piden levante las excomuniones que ha pronunciado, rehúsa y muere bajo sus golpes sin dejar oír ni un solo grito, ni un gemido, pues dice el narrador, «se había confiado enteramente a Dios para conservar su valor». Sería imposible alabar suficientemente la sobriedad de estilo que preside el poema, la conmovedora intensidad dramática, el vigor de la evocación, que en nuestros días inspiró a T. S. Eliot su poema dramático: Asesinato en la catedral (v.).