La Venus Acorazada, Kaspar Stieler

[Die gehamischten Venus], Colección poética de Kaspar Stieler (1632-1707), publicada en 1660 bajo el pseudónimo de Filidor der Dorfferer (anagrama de Erfurter, natural de Erfurt).

Es, después del cancionero de Paul Fleming, la obra lírica más representativa y más sin­cera del grupo de poetas sajones del siglo XVII, quienes, reintegrándose a la tradición del Renacimiento y remontándose a los orí­genes naturales de la canción, opusieron al estilo áulico barroco, entonces imperante, un anacreontismo libre y despreocupado, cercano al canto goliàrdico y semejante a la poesía popular. El delicado volumen con­tiene, además de cincuenta epigramas, die­ciséis madrigales, setenta canciones, com­puestas por el poeta durante la guerra sueco- polaca (1655-1660), en la que participó en calidad de juez militar bajo las banderas del Gran Elector, y está subdividido en siete libros, cuyas composiciones van agrupadas según la afinidad de los motivos y de las situaciones líricas. La única fuente de ins­piración es para el poeta-soldado las varia­bles vicisitudes del amor, gozosamente vi­vido entre el fragor de las armas y bajo la inminente amenaza de la muerte.

En las heladas e infranqueables tierras del Norte, «allí donde el Cincio tiene su albergue noc­turno», como en las riberas del Buj o de los Lagos Masurianos, por doquiera a donde le lleva la voluntad de Gradivo, una lumi­nosa estrella le guía y le hace olvidar los más duros trabajos: el recuerdo de su Ro­silla, que representa para él su casa, sus padres, sus amigos, su patria, todo. El amor no parece ya un juguetón pasatiempo, como para los poetas del Renacimiento, y no es aún sueño embriagador ni trastornadora pasión, como será después entre los románticos: el amor es para Stieler la libre expansión de su naturaleza exuberante, que sabe recoger en todas partes los sabrosos frutos que la vida ofrece. Educado en la escuela del Humanismo, el sentido del arte domina el estremecimiento de los sentidos, regulando el ardor de los afectos en una serena armonía. Así, a través de la experiencia vivida, los tradicionales te­mas de la poesía amatoria se renuevan, y la realidad humana es tratada en un estilo sugestivo y terso, que revela el gusto de la palabra sentida, en oposición a la vacua sonoridad de la pseudopoesía barroca.

Tam­poco la imagen es un mero recurso orna­mental, sino que se hermana con el senti­miento y lo ilumina, y la naturaleza es llamada a participar como confidente y amiga en la tarea humana. En la misma estructura de la canción se afirma ya aquí y allí, junto y sobre el orden racional con­sagrado por la tradición, un principio nue­vo, por el que la complejidad del tema, reavivado por el sentimiento, se resuelve en una libre sucesión de momentos líricos, con un crescendo de intensidad afectiva, que por la ágil forma de las estrofas y por la vivacidad de los ritmos adquiere fuerza y realce. El poeta siente la canción como liberación de «la otra preocupación» y del peso inerte de la materia, y le da aquella jubilosa y descuidada ligereza, que para él es el más grande don del Amor y el gran secreto del arte: «La llama que luce en mi corazón, eleva mi espíritu sobre sus mortales despojos» [«Was mein beflammtes Herze heget, zieht meinen Geist von seiner Erden»].

C. Grünanger