La Tragedia de la Doncella, Francis Beaumont

[The Maid’s Tragedy]. Tragedia de Francis Beaumont (1584 ó 85-1616) y John Fletcher (1579-1625), publicada en 1619. Aspasia, hija de Calianax, chambelán de la corte de Rodas, es la prometida del noble Amintor, y, pocos días antes de la boda, el rey or­dena que Amintor se case con Evadne, her­mana del general Melancio.

El joven no sabe desobedecer y se prepara para acoger a su nueva esposa; pero la misma noche de la boda Evadne le declara que nunca será su mujer de hecho, ya que así lo quiere el rey, su amante. Amintor, súbdito fiel, aunque trastornado e indignado, acepta la voluntad de su rey, pidiendo tan sólo a Evadne que salve las apariencias. Su amigo Melancio se da cuenta de que algo ocurre y consigue arrancar a Amintor una completa confesión. Entonces el general tiene  una dramática entrevista con su hermana, en la que acaba por imponerle, amenazán­dola con su espada, que mate al rey. Emo­cionada por las palabras de su hermano, y arrepentida, Evadne pide y logra el perdón de Amintor; pero aquella misma noche el rey la manda llamar.

Evadne va, decidida a mantener su promesa; ata mientras duerme a su amante en la cama y, tras despertarle, desahoga el desprecio y odio que siente contra él y lo mata; luego corre a ver a Amintor, empuñando el ensangrentado pu­ñal. Entretanto, Melancio ha logrado que Calianax le entregue las llaves de la cíudadela y está a punto de adueñarse de ésta. Pero Aspasia, testigo mudo y vibrante de estos hechos, segura de que ahora ya Amin­tor será de Evadne, desahoga su mortal desesperación: quiere morir por lo menos por mano de su amado; se viste con traje masculino y le provoca, por lo que él la mata en duelo sin reconocerla. Evadne los alcanza precisamente en aquel momento, invocando el perdón y el amor de Amintor, pero él, horrorizado, la rechaza. Entonces la mujer se clava el puñal en el pecho, mientras el joven, desesperado por la muer­te de Aspasia, se arroja contra su misma espada.

Llega Melancio con los otros cons­piradores que a duras penas consiguen im­pedirle que también se mate, ya que, como él mismo dice, «toda esa carne muerta atrae a la mía». La obra, donde se mezclan la más complicada fantasía novelesca y la apa­sionada búsqueda de golpes de escena asom­brosos con situaciones desesperadas y paté­ticas, es un ejemplar testimonio de la rápida evolución del drama inglés después de Sha­kespeare. Es evidente la influencia shakespeariana, aunque, desapareciendo toda pro­fundidad psicológica, los personajes no son más que unos brillantes títeres hábilmente conducidos hacia la catástrofe a través del desarrollo de los episodios; la tragedia se encamina así hacia la diversión escénica típica del siglo XVII. Esto no quita que la obra, la mejor de las siete escritas en co­laboración por Fletcher y Beaumont, disi­mule su íntima debilidad con una cantidad de preciosos detalles, patéticos monólogos, diálogos emocionantes, llenándose de una ola de fresca poesía que provoca una tal mila­grosa florescencia de sugestivos episodios que justifica el entusiasmo con que la sa­ludaron sus contemporáneos.

L. Krasnik