La Torre, Hugo von Hofmannsthal

[Der Turm]. Tragedia en cinco actos de Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), escrita en 1927 y publicada póstuma en 1934. Es una recomposición del tema de La vida es sueño (v.) de Calderón.

Segis­mundo, hijo del rey Basilio, de un lejano y fantástico reino de Polonia, también aquí se ve encerrado en una sombría cárcel por orden de su padre, quien de este modo cree sustraerse al destino que le predijeron unos astrólogos, a saber, que su hijo lo elimi­naría para ocupar el trono. Pero un día, arrepentido, ordena que traigan a su hijo para reconocerle como heredero si la prue­ba le es favorable. Pero Julián, su ayo, y Antonio, su criado, que aman al des­graciado joven, le han hecho vivir en la cárcel dentro de una extraña ficción, por la que en su mente la luz y el mundo exterior le parecen sueño, y las tinieblas de la torre, realidad. Para no sacarle de este mundo artificial, le proporcionan un narcótico y, dormido, lo llevan al palacio real. Pero aquí el joven, que de la cárcel pasa repentina­mente al alcázar, siente hervir en su sub­consciente su sangre real, y en un súbito delirio se arroja contra su padre y lo de­rriba.

La prueba fracasó: Segismundo re­gresa a las tinieblas de la torre, aunque sólo tiene conciencia de lo ocurrido como de un sueño, y el ayo aguarda el momento opor­tuno para revelarle la realidad. Mientras tanto, la noticia de que el hijo es víctima de los celos del padre ha sido usada para exaltar al pueblo y se prepara una conjura para poner en el trono a Segismundo. Pero éste, cuando la multitud alborotada llega a su torre para libertarle, se niega a ser un pretexto para la revolución y el juguete de un pueblo que le cree incapaz. Sabe que es rey del espíritu y de la civili­zación y no de un puñado de bárbaros bru­tales, y contra ellos se dirige rodeado de sus guerreros tártaros. Muere más tarde, víc­tima de Oliverio, jefe de los revoluciona­rios, pero muriendo deja la herencia de su corona y su espíritu a su hermano bastardo, al cándido rey niño, criado entre los bos­ques a la clara luz de la realidad, que tiene en las venas la sangre de los elegidos de Dios. La figura de Segismundo en la tra­gedia de Hofmannsthal está a la vez simpli­ficada y complicada. No aparece, como en la Rosaura de Calderón, el elemento carnal, propio de la sensibilidad católica española.

El contraste entre sueño y realidad llega ser metafísico; ningún factor terreno dis­trae a Segismundo, que es todo interioridad y saca de sus propias e íntimas profundi­dades los elementos constitutivos del drama, de manera que la alegoría en el último acto se desplaza hacia un campo más estricta­mente religioso. Segismundo se transforma en una especie de Redentor que se perfila contra el teológico fondo trinitario de los tres reinos: el de Basilio, el rey padre, reino de la fuerza que cede ante el de Segis­mundo, y por la muerte de éste el mundo se redime y entra en el reino del nuevo Espíritu. Del barroco drama calderoniano se pasa en esta tragedia, a través de la expe­riencia romántica, a una interiorización de pensamiento. Al dualismo de sueño y rea­lidad que eternamente se plantea sin resol­verse, se sobrepone otro: ser y verdad. Se­gismundo en su diálogo con el ayo Julián, en el primer acto, deja vislumbrar el proble­ma del Yo, y en el curso de la tragedia este Yo va asumiendo cada vez una mayor potencia.

La incomprensión rodea al joven rey; ni siquiera su ayo consigue ya seguirle al abismal reino de su vida interior, cerrado como está el joven en esa torre donde las tinieblas están iluminadas tan sólo por la luz de su alma: «Yo soy padre e hijo de mí mismo y vivo acorde conmigo mismo», dice, y más: «Yo soy como vosotros, pero yo sé y vosotros carecéis de saber». Este Segismundo, titán de la vida interior, es el último grito lírico del poeta Hofmannsthal, la tragedia del hombre que vive de su reli­gioso sentido de la civilización y siente en cambio que su mundo se derrumba, que todo contacto con los hombres de su época ha llegado a ser irreal.

G. F. Ajroldi