La Toma del Reducto, Prosper Merimée

[L’enlévement de la Redoute]. Narración de Prosper Merimée (1803 – 1870), publicada en 1829, que narra con sobria eficacia un episodio de la batalla del Moscova.

El hecho lo re­lata un teniente que, salido hacía poco de la escuela militar, recibe en aquella ocasión su bautismo de fuego. El coronel y el capi­tán, a los que acaba de presentarse, pare­cen dudar que el joven pueda quedar a la altura de las circunstancias. Es una noche de septiembre y la luna roja ilumina el reducto sitiado; un viejo soldado observa que el color de la luna presagia una batalla sangrienta, y el oficial no logra conciliar el sueño, pues su pensamiento está turbado por no tener un amigo entre los cien mil hom­bres dispuestos para el combate. Al día si­guiente, en las primeras horas de la ma­ñana, la artillería francesa rompe el fuego; se da orden de avanzar y el capitán clava su mirada en el joven, como si quisiera cer­ciorarse de que no sentirá miedo ante el peligro. La batalla es encarnizada y, tras milagros de heroísmo por ambas partes, se conquista el reducto. El teniente, que se ha comportado como un veterano, una vez muertos sus inmediatos superiores, recibe las instrucciones del coronel, herido de muerte, y toma el mando de las tropas supervivien­tes.

El clima de heroísmo es creado por el escritor francés, sin énfasis alguno y sin apelar a adjetivos altisonantes; los hechos hablan por sí, y el autor acierta a mante-nerse impasible, frente a los acontecimien­tos; los testimonios de la batalla son anó­nimos: un coronel, un capitán, un teniente, soldados, y el lugar mismo de la acción apenas si es mencionado. La toma del re­ducto figura entre las más características novelas cortas de Merimée, por la sobriedad y objetividad de la exposición, en pleno contraste con las aspiraciones románticas de sus contemporáneos; y en ello estriba su originalidad, que logra expresarse gracias a un estilo conciso y realista que se une a la más pura tradición clásica.

L. Giacometti

Es sobrio, no se diluye… ni se pierde en largos análisis: está entre Balzac y Stendhal; como el primero, sabe expresar lo interior por lo externo, pero lo logra con una pre­cisión de estados de conciencia perceptibles sólo en el segundo. (Lanson)