Novela del gran escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), publicada en 1921. En ella el autor quiere ofrecernos un caso de sororidad, y dice así» en el prólogo: «…así como tenemos la palabra paternal y paternidad que derivan de pater, padre, y maternal y maternidad, de mater, madre, y no es lo mismo ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, es extraño que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos sor oral y sororidad, de soror, hermana.
En latín hay sororius, a, um, lo de la hermana, y el verbo sororiare, crecer por igual y juntamente». Y aduce inmediatamente el ejemplo de Antígona, personificación de esta virtud: «Antígona, hermana de su padre Edipo, y, por lo tanto, tía de su hermano Polinice, representa acaso la domesticidad religiosa, la religión doméstica, la del hogar, frente a la civildad política y tiránica, a la tiranía civil, y acaso también la domesticación frente a la civilización». Así el primer fratricida, Caín, fue el fundador de la primera ciudad, el iniciador de la vida civil. Esta cualidad de sororidad nos la personifica Unamuno en el personaje de la tía Tula, hurgando en las profundidades del alma del personaje en busca de su raíz como ya lo había hecho en el caso de Joaquín de Abel Sánchez (v.). El autor empieza por presentarnos la vida de las dos hermanas, Gertrudis y Rosa, en casa de su tío sacerdote don Primitivo: «Formaban las dos hermanas, siempre juntas, aunque no por eso unidas siempre, una pareja al parecer insoluble y como un solo valor.
Era la hermosura espléndida y algún tanto provocativa de Rosa, flor de carne que se abría a flor del cielo a toda luz y todo viento, la que llevaba de primera vez las miradas a la pareja; pero eran luego los ojos tenaces de Gertrudis los que sujetaban a los ojos que se habían fijado en ellos y los que a la par los ponían a raya». Y así acontece con Ramiro, el personaje que llega a ser novio y esposo de Rosa: se enamora de Rosa, cuya belleza es más superficial y epidérmica, pero es luego la feminidad profunda, enraizada y dominadora de Gertrudis la que gravita sobre la vida de los dos y se les impone empujándoles en la vida. Es Gertrudis la que les obliga a casarse pronto, la que asiste al alumbramiento, la que domina con sus ojos a Ramiro y adivina sus intenciones. Gertrudis nació para ser tía, es decir, para ser madre sin maternidad física. Parece ella la encarnación de los lares, la sacerdotisa del hogar, la mujer que sin ninguna experiencia, llevad sólo de su instinto, da solución a todo. Pero esta misma conciencia de su feminidad la lleva a despreciar al hombre.
Al nacer el tercer hijo del matrimonio, Rosa muere; Gertrudis hace de madre a los tres hijos y pretende incluso amamantar al más pequeño. La viudedad de Ramiro da lugar a los recuerdos de su noviazgo, a la meditación del poder y de la acción de Gertrudis. Y Unamuno nos habla de su concepción del amor: «El amor, sí. ¿Amor? ¿Amor dicen? ¿Qué saben de él esos escritores amatorios, que no amorosos, que de él hablan y quieren excitarlo en quien los lee? ¿Qué saben de él los galeotos de las letras? ¿Amor? No amor, sino mejor cariño. Eso de amor sabe a libro; sólo en el teatro y en las novelas se oye el yo te amo; en la vida de carne y sangre y hueso, el entrañable ¡te quiero! y el más entrañable aún callárselo. ¿Amor? No, ni cariño siquiera, sino algo sin nombre y que no se dice por confundirse ello con la vida misma. Los más de los cantores amatorios saben de amor lo que de oración los mascullajaculatorias, traganovenas y engullerrosarios. No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma viviendo en Dios». Gertrudis descubre las relaciones entre Ramiro y Manuela, la criada, y les obliga a casarse.
De este matrimonio nacen dos hijos. Mueren Ramiro y Manuela y queda Gertrudis como madre de familia, y sus cuidados se dirigen especialmente a Ramirín, al que quiere y pretende salvar de la ley general de los hombres y que cuando sea mayor sepa elegir no a una Rosa, sino a una Gertrudis como ella, y así prepara su matrimonio con Caridad. Todavía cuando ésta da a luz un hijo, Gertrudis, ya vieja y enferma, cobra un momentáneo vigor, para dirigirlo todo. Una vez muerta, pasa a ser Tula la tradición, el nombre invocado en la casa para continuar la costumbre y la forma de vivir; su nombre es el que mantiene la unidad de la familia. Y su espíritu pasa a Manolita, heredera de guardar el fuego doméstico.
En esta novela Unamuno nos presenta la figura de la mujer cuya feminidad instintiva le lleva a ser la rectora espiritual de una familia. Pero a la vez hay la tragedia de la soltería, de la imposibilidad de unirse al hombre, al que considera inferior, al que cree un zángano. Por esto la tragedia de Gertrudis es la de la virginidad maternal o de la maternidad virginal. Por esto mismo Gertrudis no puede comprender a los hombres: su tío don Primitivo, su confesor, su director espiritual, y Ramiro son para ella, todos sin excepción, «hombres al fin»; y el cristianismo, «al fin, y a pesar de la Magdalena, es religión de hombres; masculinos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo…» Pero, ¿y la Madre? La religión de la madre está en: «He aquí la criada del Señor, hágase en mí según tu palabra» y en pedir a su hijo que provea de vino a unas bodas, de vino que embriaga y alegra y hace olvidar las penas, para que el Hijo le diga: « ¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora». ¿Qué tengo que ver contigo?… Y llamarle mujer y no madre… Y volvió a santiguarse, esta vez con verdadero temblor. Y es que el demonio de su guarda — así creía ella — le susurró: « ¡Hombre al fin!».
Unamuno nos presenta, pues, el tema de la feminidad, el mito de Antígona, bajo una forma doméstica, dentro de un ambiente español y religioso, como lo había hecho con Abel Sánchez. Por otra parte, el tema es constante en Unamuno. Recordemos sólo las dos últimas narraciones de Tres novelas ejemplares (v.) y la obra de teatro Soledad. Como en otras novelas, la narración es rápida, precipitada, sin ningún escenario, y el autor atiende sólo a las reacciones psicológicas de los personajes. En esta como en muchas novelas de Unamuno, parece como si faltara la trama y se nos ofrecieran únicamente los momentos cumbres. Unamuno ha conseguido, al tratar el tema de lo femenino, ofrecernos un tipo que perdura siempre, de manera indeleble, en nuestro recuerdo: el retrato de una mujer.