La Tempestad, William Shakespeare

[The TempestJ. Drama en cinco actos, en verso y prosa, de William Shakespeare (1564-1616), escrito en 1611 y estrenado el mismo año; se publicó en el in-folio de 1623, donde precede a todas las demás piezas.

La fuente de esta obra debe buscarse en la «commedia dell’arte» italiana; algunas intrigas análogas a la suya fueron descritas por Ferdinando Neri en Scenari delle maschere in Arcadia (Città di Castello, 1913); cf. también P. Rèbora, La «Tempesta» di Shakespeare e la com­media popolare italiana (en «Bollettino del­la R. Università per gli stranieri». Peru­gia, 22 agosto 1932) y B. Croce, Shakes­peare, Napoli e la commedia napoletana dell9arte, en «Crítica» (mayo-julio 1919). Con estos elementos italianos Shakespeare combinó detalles del naufragio en las Ber­mudas de sir George Somers (25 de julio de 1609). Otros consideran como fuente pro­bable de la tragedia la novela castellana La gran conquista de Ultramar (v.). En este drama, escrito al final de su carrera, como en el Sueño de una noche de verano (v.) escrito al comienzo, Shakespeare utiliza lo sobrenatural, recurriendo al mundo maravilloso de los elfos y de las hadas, fun­diendo admirablemente sus acciones con aventuras humanas, con lo que éstas ganan en donosura y profundidad.

Próspero, duque de Milán, despojado del poder por su her­mano Antonio, puesto en una barca y en­tregado a merced de las olas con su hijita Miranda, ha desembarcado en una isla de­sierta a donde había sido desterrada la hechicera Sycorax. Gracias a sus artes má­gicas, Próspero ha liberado a varios espí­ritus aprisionados por la maga, entre ellos a Ariel (v.), y los ha sometido a sus órdenes. Tiene también a su servicio al hijo de la hechicera, Calibán (v.), criatura mons­truosa, abyecta e ingenua, único habitante de la isla. Después que Próspero y Miranda han vivido de este modo durante doce años, una nave en que viajaban el usurpador Antonio, Alonso rey de Nápoles, su aliado, y el hijo de éste, Fernando, naufraga en las costas de la isla por medio de los encantamientos de Próspero. En este punto comienza el drama: Shakespeare ha condensado en la exposición del drama, en la segunda escena del acto primero, los an­tecedentes, a los cuales en el Cuento de invierno (v.) hacía ocupar tres actos. Los pasajeros se salvan, pero creen que Fer­nando se ha ahogado, mientras él piensa que los ahogados son los otros. Se encuen­tran Fernando y Miranda, se enamoran en cuanto se ven, y se prometen.

Ariel, por orden de Próspero, prepara algunos sustos para Antonio y Alonso; aquél es abatido por el terror y éste se arrepiente de su crueldad, se reconcilia con Próspero y re­cupera a su hijo Fernando. La nave resul­ta salvada por la fuerza de los hechizos, y Próspero y los demás se preparan para dejar la isla, después que Próspero ha renunciado a la magia deshaciéndose de su varilla mágica. La isla queda en poder de Calibán; las muchas escenas en que se pre­senta con Esteban, un despensero borra­chín, y con el bufón Trínculo, conservan el sello de la «commedia dell’arte», que constituye su fuente principal; también tiene resabios de la «commedia» la contraposición cómica entre la perfidia del usurpador que hizo perder el ducado a Próspero y la con­jura de Calibán, que promete a Esteban y a Trínculo el dominio de la isla si matan a su odiado amo. Por otra parte, la tétrica impresión que pudiera producir el grupo de los pérfidos náufragos, es mitigada por la locuaz franqueza del buen anciano con­sejero Gonzalo. Aunque las escenas cómi­cas abundan en este drama, si bien no en la medida que existen en el Doctor Fausto de Marlowe (v. Fausto), la impresión gene­ral, como la que produce el drama de Marlowe, no está en nada determinada por el elemento de farsa.

La atmósfera de La tempestad está como purificada por un huracán. Su fondo es la solitaria orilla de una isla en medio del mar; una luz tran­quila, armoniosa, se difunde por todas par­tes; el aire, impregnado de luz y de man­sedumbre, resuena con voces sobrenaturales. La gracia del cielo con sus rocíos ha tocado las orillas de la isla apartada del mundo, y esta suave influencia celestial parece que se desenvuelve ante nuestros ojos en el breve espacio de pocas horas (entre los dramas shakespearianos La Tempestad es el único que se conforma a las famosas unidades de lugar, de tiempo y de acción). Aun cuando se puede afirmar casi con cer­teza que Shakespeare no leyó el «Pur­gatorio», el clima de este drama recuerda mucho el de la orilla de la isla imaginado por Dante. El «tremolar della marina», la purificante frescura del rocío, las voces de los espíritus, se hallan en ambos poemas. Los hombres naufragan en la mágica orilla y abordan en la extraña tierra para arre­pentirse y expiar. Y Próspero se nos mues­tra como un santo anciano, no desemejante de Catón en la orilla del Purgatorio. Así la visión última de Shakespeare revela afinidades con la visión de Dante, y otra afinidad también con el sacro misterio de las Euménides de Esquilo (v. Orestiada).

En cada uno de los tres grandes poetas la justicia es restaurada por medio de un rito de expiación; el tono de sus versos más graves es el mismo, formado de dul­zura y de gravedad a un mismo tiempo, un tono de perdón. Ellos alcanzaron una visión del mundo que se expresa en tér­minos de orden y de armonía, la música de Ariel, los himnos cantados por las almas que se purifican al son de la lira de. Apolo, que todo lo apacigua. Después de Hamlet (v.), La tempestad es el drama shakespeariano que ha dado más amplio pábulo a hipótesis e interpretaciones. En ciertos momentos, en las poesías de Ariel y en las palabras de Próspero, el poeta mismo, por boca de sus personajes, se diri­ge al mundo, y expresa su concepto de la vida; de manera que éste es el más personal de sus dramas y parece reflejar a veces el pensamiento más profundo del drama­turgo : «Somos de la misma sustancia de que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño» [«We are such stuff as dreams are made of; and our little life is rounded with a sleep». IV, esc. 1].

El aspecto sobrenatural de La tempestad fue en parte utilizado por Alexander Pope (1688-1744) en El rizo robado (v.), donde Ariel es el jefe de los silfos que tiene el oficio de servir a las damas; el personaje de Calibán inspiró a Robert Browning su poema Calibán sobre Setebos [Caliban upon Setebos], en que se expresa el pensamiento de un salvaje acerca de la creación del mundo y la Di­vinidad. [Trad. española de Guillermo Macpherson en Obras dramáticas, t. IV (Ma­drid, 1825) y de L. Astrana Marín en Obras completas (Madrid, 1930, 10.a ed. 1951)].

M. Ferrigni

Daría un dedo de la mano por poder escribir una obra como Cinna: lo digo se­riamente. Pero, ¿debo continuar?, daría dos por conseguir un personaje que se igualase al de Calibán. (Baretti)

No hay momento, no hay tema de la vida que él no haya representado y expresado, y todo ello ¡con cuánta agilidad y libertad! Toda alabanza sería insuficiente. (Goethe) El drama schilleriano, calderoniano, ra- ciniano, es al drama shakespeariano, lo que la música vocal a la música instrumental. (Hebbel)

Es menester ser inglés y más que inglés para comprenderlo. (Doudan)

La obra de Shakespeare está tan bien construida según el único teatro de nuestro espíritu, prototipo del restante, que se con­tenta con la puesta en escena actual o pres­cinde de ella con indiferencia. (Mallarmé) La tempestad y el Sueño de una noche de verano son los más nobles esfuerzos de aquella sublime y milagrosa inspiración par­ticular de Shakespeare, que se entrega más allá de los límites de la naturaleza, sin perder el sentido de ella o — más propia­mente— arrastra a la naturaleza fuera de aquellos confines que ella misma se había establecido. (Warburton)

En La tempestad la irrealidad ha conse­guido su apoteosis. Dos de sus principales personajes no son en absoluto seres huma­nos, y toda la acción se desarrolla por entre una serie de hechos imposibles en un lugar que sólo por cortesía se puede decir que existe. (Strachey)

La tempestad de Shakespeare está llena de ideas y tendrá significado hasta el fin del teatro. (Alain)

*       El primero que escribió música para este drama de Shakespeare fue Mathew Locke (1622-1677), con su Tempestad Í1673), que había de ejercer notable influencia en Henry Purcell (1658-1695). Sigue después la mú­ica de John Banister (1630-1679), com­puesta en colaboración con Pelham Humphrey (1647-1674).

*       En 1695 se publica, sobre una versión de Thomas Shadwell (1640-1692), la Tempestad de Purcell. Obra de madurez, esta composi­ción si no está a la altura de Dido y Eneas (v. Dido), es, sin embargo, una de las expresiones más logradas entre las inspiradas en La tempestad shakespeariana; el estilo de Purcell, derivado de la tradición inglesa de los isabelinos, por medio de Locke, Humphery y Colman, es de gran interés por su completa realización de un teatro musical.

*   En los siglos siguientes, el drama shakespeariano continúa inspirando a muchos com­positores. Recordemos entre los más impor­tantes a Luigi Caruso (1754-1825), que en 1799 representa una Tempestad suya en Nápoles; Peter Winter (1754-1825) con Der Sturm, estrenada en Munich en 1793.

*   Pero una de las obras derivadas de la tra­gedia de Shakespeare que tuvieron más éxito durante el siglo XIX es la Tempes­tad, en dos actos, de Fromental Halévy (1799-1862), sobre libreto italiano de Eugène Scribe, representada en Londres en 1850. Esta obra reproduce sólo en parte la trage­dia shakespeariana, acentuando sobre todo sus caracteres líricos y los elementos coreo­gráficos de la danza en estilo melodioso, fácil y superficial. Con todo, se recuerdan como sus páginas más líricamente resueltas el aria «Parmi una voce il murmure», el dramático dúo «S’odio, orror di me non ái» y el final del segundo acto.

* Numerosas son las músicas de escena es­critas durante el siglo XIX, en su mayoría con ocasión de nuevos arreglos de la tra­gedia. Recordemos, entre otras, la de Arthur Sullivan (1842-1900), de Félix Weingarten (1863-1942), de Gustav Hermann Unger (n. 1886), de Heinz Tiesfen (n. 1887). De extremada sensibilidad armónica, aunque dominada por la influencia wagneriana, es la música para la Tempête op. 18 de Ernest Chausson (1856-1899), ejecutada en 1888, particularmente cuidada en su colorido ins­trumental. Una fantasía precedente sobre la Tempestad, escrita por Peter Ilich Chaikovsky (1840-1893) en 1872, está informada por un eclecticismo muy superficial y coreográfico. Finalmente, en 1906, Engelbert Humperdinck (1854-1921) compuso también una música de escena para la Tempestad, tardío homenaje wagneriano del autor de Hansel y Gretel (v.). Un ballet de escaso valor, La Tempête, fue compuesto en 1889 por Ambroise Tho­mas (1811-1896). Sigue, en fin, la partitura que Arthur Honegger (1892-1955) compuso en 1923.