La Tela y la Roca, Thomas (Clayton) Wolfe

[The Web and the Rock]. Novela del escritor americano Thomas (Clayton) Wolfe (1900-1938), publi­cada en 1939. Cuatro años antes había aparecido El tiempo y el río (v.), del que el autor toma de nuevo el tema principal, cambiando el nombre de su antiguo héroe, Eugène Grant, por el de George Webber.

Como dice en el prólogo, su novela cuenta «el descubrimiento de la vida y del mundo por un hombre joven» a quien el novelista califica de «inocente». En el concepto de Wol­fe, éste es el libro más «objetivo» de cuan­tos escribió. Se encuentra aquí, sin embargo, la misma exageración satírica. El joven George Webber, apodado «Monk» (mono) por sus camaradas, apenas ha conocido a su padre, que abandonó el hogar para ir a vivir con otra mujer. Pero, a pesar de las lenguas poco caritativas que se lo dicen, el muchacho abriga viva admiración por el ausente, pues él adivina en aquel hombre — que ha sabido rechazar la vida vulgar — una naturaleza parecida a la suya. George, en efecto, sufre en el estrecho mundo de su provincia americana, Oíd Catawba, en Carolina del Norte. Vivió primero junto a sus parientes, los Joyner, en la montaña, «un período sombrío y melancólico» durante el cual su única alegría era pensar en su padre todas las horas del día.

Idealizando a éste, George, a los doce años, se ha creado una imagen de la vida dividida en dos partes: el lado bueno — todo lo que los Joyner juz­gan malvado — y el malvado — todo lo que aquéllos juzgan bueno—. Él es un solitario, y tan sólo pasivamente comparte los juegos de sus violentos compañeros. Si la vida co­rriente de Oíd Catawba aburre hasta morir al joven Monk, no dejan de fascinarle cier­tos episodios dramáticos, y muy particular­mente el trágico fin de una criada negra a la que le ligaba una estrecha amistad y que repentinamente enloqueció. Monk, por otra parte, está muy impresionado por el es­pectáculo de la naturaleza salvaje, que descubre, ya adolescente, en sus largos paseos por la montaña en compañía de su tío. Al cumplir los dieciséis años, la muerte de su padre, a quien no ha podido volver a ver desde los ocho, le deja inconsolable.

La pequeña herencia que recibe le permite in­gresar en la Universidad del Estado, donde se une muy pronto a un encantador estu­diante, cuyo nombre es James Randolph, bueno, inteligente, de una formidable vita­lidad y deportista de primera clase, que influye poderosamente sobre él, pero que la guerra arrebata muy pronto de los estu­dios. Monk, mientras tanto, ha tenido ocasión de vivir con él sus primeras aven­turas amorosas y de aprender en la escuela de la bebida. Habiendo llegado a Nueva York para proseguir sus estudios, Monk se halla solo en la gran ciudad que le fascina; intenta diversas aventuras, soñando sobre todo encontrar al alma hermana, que él imagina rica, un poco mayor que él, con experiencia y con la suficiente inteligencia para reconocer en él a un escritor de ta­lento. George, en efecto, decidió dedicarse a escribir, y pasa la mayor parte del tiempo dedicado a la lectura de los grandes autores ingleses y extranjeros.

Acabados sus estu­dios, parte para Europa. A su regreso co­noce, en el barco que ha tomado en Nápoles, a una joven judía, Esther Jack, en quien descubre inmediatamente su ideal. Al llegar a Nueva York, Monk, que no osa esperar la felicidad de volver a ver a su amiga, que sabe casada y perteneciente a un medio social muy superior al suyo, cae en sombrías y melancólicas reflexiones. Pero la joven manifiesta el deseo de volverle a ver, en respuesta a una absurda epístola de ruptura que él le envió. Su vida de hom­bre . empieza. Desgraciadamente, sólo él lo cree, pues, a pesar de sus veinticinco años, va a conducirse con su amiga y protectora como un niño irresoluto, amargo, violento y malvado. Esther, que se ha forjado una buena situación en el mundo del teatro, donde se la considera una decoradora de gran talento, une a George a su carrera, le hace conocer una sociedad que él ignoraba y muy pronto le compromete a someter al juicio de un editor la novela que acaba de escribir. Las primeras tentativas no tienen éxito, y George manifiesta en seguida su desesperación.

Esther, por su parte, no se desanima en absoluto. Se vuelca en ternura, en ayuda material y moral de toda clase para el joven a quien adora, y llega inclu­sive a instalarle en un pequeño piso, que comparte con él en los momentos de reposo. Pero George no manifiesta nin­guna animación, ningún coraje, ninguna ambición concreta. Holgazanea, bebe, pro­voca continuas escenas a Esther, que se sacrifica por él cuanto puede y no deja de animarle, olvidando todos sus hirientes pro­pósitos v rodeándole de una solicitud admi­rable. Después de des años de una vida insostenible, ella consiente en que George la abandone, con la esperanza de que lo­grará, lejos de ella, no derrochar el tesoro que ella se obstina en seguir descubriendo en él. Una vez más George abandona Nueva York rumbo a Europa.

Pero, habiendo par­tido para olvidar a su amante, no hace sino pensar más y más en ella. Comprendiendo finalmente que la ama, no proyecta sin embargo volver a Nueva York inmediata­mente; después de Londres visita de nuevo París; luego vuelve a alemania, país que le había fascinado en su primer viaje a Europa. La vida feliz de Munich le propor­ciona una especie de euforia y de indife­rencia bienhechora hasta el momento en que, al salir de una disputa provocada en una cervecería donde celebraba alegremente su renacimiento un día de feria, se encuen­tra herido en la cama de un hospital. Sus reflexiones le llevan a concluir que «el buen tiempo ha pasado». En esta novela, a me­nudo mal trazada y cuya psicología es bas­tante elemental, Thomas Wolfe dirige, con completa incoherencia, pero también con toda la potencia de su talento, una requisi­toria terrible contra el mundo moderno. A pesar de su deseo de hacer una obra objetiva, el autor no ha salido de sí mismo, y una vez más son los temas de sus libros precedentes los que se asoman a estas páginas.

Bajo el pretexto de describir un amor apasionado e imposible, el novelista ofrece un nuevo y sorprendente cuadro de la vida americana, pintado con un furor en el que realismo y romanticismo se mezclan continuamente. Las páginas en las que fus­tiga la corrupción y falsedad de la sociedad de su tiempo son quizá de las más bellas que Wolfe escribió.