[La symphonie pastorale]. Narración de André Gide (1869-1951), publicada en 1919. El pastor evangélico de una solitaria región del Jura, alma delicada y sensible que anhela sinceramente la santidad, se nos revela por medio de su diario. Le acaece recoger y hospedar en su propia familia a la jovencita Gertrudis, pobre huérfana ciega de nacimiento, y se dedica apasionadamente a su educación, para dirigirla por el camino del bien. Pero en realidad su amor por la muchacha no es tan puro como él cree; aquel hombre excelente, incapaz de ver el mal en sí ni en los demás, no lo advierte, mientras lo adivinan su mujer y su hijo Jaime. También Jaime, que es católico, se ha enamorado de Gertrudis: se contiene ante el enojo del padre, pero le da a comprender su repulsa, porque sus propias creencias religiosas comportan muy distinta actitud frente a los movimientos naturales del ánimo y a las pasiones. El pastor adivina la desaprobación de su hijo y queda desconcertado;\por fin ve el peligro, no sabe qué hacer, ante las embarazosas manifestaciones de afecto de Gertrudis para su maestro, y la idea de que la jovencita podrá recuperar de allí a poco la vista, después de una operación que él mismo ha propuesto, aumenta su turbación. Gertrudis, después de un mes de ausencia, vuelve curada a la aldea; pero antes de llegar a la casa del pastor se arroja a la presa del molino con el evidente propósito de quitarse la vida. No sobrevive sino pocas horas al intento del suicidio, y muere después de haber contado al pastor como su hijo Jaime durante su estancia en la ciudad, en el hospital, la ha convertido al catolicismo. Obtenida la vista, ella se ha encontrado en un mundo que era al mismo tiempo mucho más bello y mucho más difícil y perverso de lo que su maestro le había descrito; había adquirido plena conciencia de la pasión del anciano pastor hacia ella, mientras todo su amor se inclinaba ahora hacia Jaime, pero no había podido resistir a la idea de la tragedia de la que ella se había convertido en protagonista.
El diario del pastor se cierra con la noticia de que Jaime ha renunciado al mundo para hacerse religioso. Puesto que La Sinfonía Pastoral se enlaza con El Inmoralista (v.) y La puerta estrecha (v.) componiendo casi un tríptico, según algún crítico tendríamos en el primer libro el estudio de una vida dominada por los dictados de la moral nietzscheana, en el segundo un penetrante análisis del esplritualismo puritano, y en este último una patética sátira de la demasiado optimista moral evangelista. Sistematización clara, pero que sólo comprende una parte de la verdad. Las narraciones de Gide no son meros «cuentos filosóficos» conducidos con rigurosa ironía; el modo de vida, la diferente doctrina que forma el substrato ideal de cada episodio están cálidamente descritos por el autor como posibilidades, siempre presentes y vivas, de la naturaleza humana, como tentaciones a las que él se ha abandonado o que ha imaginado con todo su ser. De aquí les viene a las páginas de la Sinfonía un sincero fervor, un penetrante sabor de humanidad; una difusa atmósfera de poesía, que forma el puro encanto de este singular episodio, y que sólo parece ir a disolverse hacia el final; cuando la narración se precipita en una tragedia sumariamente indicada, como si Gide hubiese ya extraído de sus personajes toda la sugestión poética de que eran capaces. (Premio Nobel, 1943.)
M. Bonfantini
La turbación que hay en su fondo se transparenta bajo la limpidez de la forma; nunca Gide ha resuelto el problema con más perfecto dominio que en La Sinfonía Pastoral. Su transparencia es tal que parece no limitarse ya a la expresión, sino, por contradictorio que esto pueda parecer, que haya comunicado a la turbación misma algo de su transparencia. (Du Bos)