[Der Aufruhr in den Cevennen). Novela inacabada de Ludwig Tieck (1773-1853), el primero de sus relatos históricos, concebido ya en 1806, cuando en Francfort se encontró con Sinclair que le dio a leer tres dramas sobre dicho tema.
Más tarde utilizó las obras de Misson, y por fin las Memorias de Villars y de otros que tomaron parte en dicho movimiento, la Historia de los camisardos, publicada en Londres en 1744 y algunas otras que aparecieron más tarde. La narración se ambienta en la cruenta guerra de religión originada por la sublevación de una secta protestante en las Cevenas y continuada de 1703 a 1705 con feroz fanatismo por ambas partes. Aparecen los jefes de los revolucionarios: Cavalier, Catinat, Roland, Ravanel y Mazel, y de los católicos: Montrevel, Basville, Julien, conservando cada uno su fisonomía histórica.
En cambio, los protagonistas son imaginarios: el viejo consejero Beauvais, hombre timorato y equilibrado, y su hijo Edmundo. Este último encarna la desorientación que puede producir una guerra de ese género. De fanático católico pasa a camisardo, convencido de haber sido tocado por la gracia, después de haber asistido por mera curiosidad a una asamblea de rebeldes; el viejo Beauvais, víctima de la deserción de su hijo, es hecho prisionero por los católicos, que le queman el castillo. Huye y se refugia de incógnito con su hijita, junto a una familia modesta, donde lo encuentra Edmundo, que ha recobrado su equilibrio gracias a un sacerdote que representa al verdadero cristiano ilustrado. En este punto termina el fragmento. En la segunda parte, sin duda, Beauvais sería descubierto y Edmundo le salvaría la vida y huiría con él, su hermana y su novia, a Ginebra.
Esta segunda parte hubiese brindado la ocasión para poner de relieve la ferocidad de Montrevel, que más tarde tuvo que ceder el puesto a Villars, quien puso fin a la carnicería. Willibald Alexis dijo que, con esta obra, Tieck parecía haber hallado el secreto de la novela histórica; de hecho, la parte histórica y la fantástica están maravillosamente fundidas; cada personaje, ficticio o real, representa un matiz de toda la infinita gama de las actitudes religiosas posibles: el ateísmo y el formalismo, el conformismo, el misticismo, el fanatismo y, finalmente, el cristianismo en acción propiamente dicho, representado por tres figuras: el padre Beauvais, el sacerdote y Cristina, la novia de Edmundo. Todos los románticos, desde los católicos hasta los schleiermacherianos, se entusiasmaron con esta obra y animaron repetidamente a Tieck a terminarla, pero éste no volvió a sentirse con fuerzas para reanudar una evocación tan perfecta.
G. F. Ajroldi