[La psychologie des idées-forces]. Tratado de psicología voluntarista de Alfred Fouillée (1838-1912), publicado en 1892.
Es una reacción contra la concepción materialista, que hace de la conciencia un mero epifenómeno o reflejo inerte, y contra la intelectualista, que reduce los estados mentales a meras representaciones. Las ideas son «fuerzas» por la dosis de verdad que encierran y por la dosis de energía voluntaria inmanente en ellas. Cada hecho de conciencia está constituido por un proceso de tres términos inseparables: la advertencia de un cambio de estado, germen de las sensaciones y de la inteligencia; un bienestar o malestar, que hace que el sujeto no sea indiferente a sus cambios; una cierta reacción que es el germen de la preferencia y de la elección, esto es, de la petición. Cuando este proceso, a la vez sensitivo, emotivo, apetitivo, llega a la reflexión constituyendo una forma distinta de la conciencia, nosotros lo llamamos «idem», esto es, un discernimiento inseparable de una preferencia; por lo tanto, inteligencia y voluntad.
La primera no se desarrolla más que en vista de una elección, de manera que toda fuerza psíquica es en último análisis una volición: una idea- fuerza domina toda nuestra vida espiritual, hasta las formas más elevadas de la moralidad, del arte, de la religión. El hecho de que nada conocemos de manera absoluta, completa y objetiva hace posible el mundo de las ideas, no pura copia del mundo real, sino un mundo de fuerzas ideales que impulsa la vida a una propia y continua superación. La investigación de Fouillée se desenvuelve en un examen interesante del momento pragmático-ideal implícito en toda idea: espacio, tiempo, mundo, yo, absoluto, etcétera. El conflicto metafísico entre naturalismo e idealismo queda resuelto por el autor en el monismo. «Es más lógico admitir que el sujeto que piensa y quiere, tenga un modo de acción que se confunde con el modo de acción fundamental del objeto pensado, y que las ideas son las realidades mismas, que llegan en el cerebro a un estado de conciencia más elevada, convirtiéndose en fuerzas».
La voluntad, difundida por todo el universo, adquiriendo una mayor intensidad de conciencia, se convierte en nosotros en sentimiento y pensamiento. Bajo los sentimientos hay también una base sensitiva y motora que da origen a los placeres sensibles intelectuales y volitivos. Pero la psicología no es esencialmente ciencia de la representación; es ciencia de la voluntad. Su problema esencial es «¿Hay en nosotros una voluntad? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuál es su acción?» Es esta voluntad la que da a las ideas y a las representaciones su verdadera fuerza y las hace salir de la indiferencia pasiva. La psicología de las ideas-fuerzas considera los estados de conciencia, más que en sí mismos y en sus objetos, sobre todo como condiciones de un cambio interno ligado a un movimiento externo. La voluntad está estudiada como constitutiva del sujeto que se erige a un mismo tiempo como fin y como causa en el seno del determinismo universal: son estudiados su existencia, su desarrollo y su libertad.
La plena libertad supondría la plena conciencia de sí: todo lo que es subconsciente o inconsciente está fuera de la verdadera libertad… y recae entre los impulsos ciegos. Esta libertad tiene sus leyes no físicas, sino de finalidad intelectual… No se es libre deshaciéndose de las leyes de la inteligencia, sino que, por el contrario, son ellas las que permiten al «yo» considerarse como fin, y en el acto moral tomar por fin el ser universal. La libertad ideal se obtiene en la plenitud y universalidad de la inteligencia.
G. Pioli