La Psicología Como Ciencia Positiva, Roberto Ardigó

[La Psicología come scienza posi­tiva]. Obra de Roberto Ardigó (1828-1920), publicada por primera vez en 1870 y más tarde en el volumen I de las Obras, en 1882.

La nueva ciencia positiva, de la que Ardigó se hace paladín, se inicia como opo­sición a los falsos conceptos de la metafí­sica tradicional. La metafísica considera los hechos naturales como fenómenos muda­bles y vanos de una sustancia eterna e in­mutable, y no advierte que esta sustancia es una mera abstracción sin fundamento real. Reales son los hechos — dice el filósofo positivista—, y la realidad es un complejo de hechos que nosotros conocemos mediante la observación. La ley misma, que para el metafísico existía «a priori» y fue impuesta a la naturaleza por una inteligencia extraña a ella, no es más que un hecho. A la abs­tracción del concepto de sustancia se ha llegado por un proceso de clasificación: por la observación de las analogías entre algunos hechos se ha llegado a establecer las categorías y de éstas, paso a paso, se ha inferido su único género común a todos que se ha llamado sustancia, y una única propie­dad de la materia que ha recibido el nom­bre de fuerza.

Ésta, como indica el con­junto de sus propiedades, quiere significar también que el fenómeno y la ley son pro­piedades íntimas de la misma naturaleza de la materia y que obran en su entraña. El concepto de fuerza, que en la historia de la ciencia recorre el mismo camino y ocupa el mismo lugar que el de la materia, ter­mina por confundirse con ésta. La materia viene a indicar el sujeto al que*se refieren los hechos que, tomados en sí mismos, pare­cían tener necesidad de un apoyo sustancial. Pero la materia también es un hecho: un hecho de coexistencia en el espacio. No es, por tanto, un dato metafísico; es la metafí­sica la que forja caprichosamente la idea de sustancia y la busca, ora en el pensamiento (espiritualismo), ora en la materia (materia­lismo).

En realidad, la sustancia no puede ser una abstracción. La circunstancia de que cuando hay que explicar un fenómeno se formulen diversas hipótesis y de ellas se escoja una cualquiera, siempre prontos a descartarla cuando no responde a los he­chos, significa que los derechos de los hechos son absolutos, mientras las leyes carecen de consistencia absoluta, por cuanto están sujetas a continuo desarrollo y rectificación. De la misma manera que la materia es una abstracción de los fenómenos físicos, así el alma es una abstracción de los fenómenos psíquicos. Se llega efectivamente a este concepto tras una larga experiencia de los fenómenos internos. El alma, según Ardigó, no es otra cosa que un complejo de fenó­menos psíquicos; es un error atribuir a los fenómenos internos más solidez que a los externos, y en éstos, como en los internos, no hay nada más allá de ellos.

En el conocimiento, por otra parte, encontra­mos el «en mí» y el «fuera de mí» unidos en una realidad indivisible, en la que no sabemos distinguir el uno del otro: su dis­tinción es sólo un hábito mental. Así como la materia no es más que el complejo de las cualidades que se le atribuyen, del mis­mo modo la conciencia no es otra cosa que el complejo de las representaciones que te­nemos: es pues un resultado de las mismas. Cierto que encontramos en nosotros mismos una relación constante entre nosotros y el mundo exterior, entre el espíritu y el orga­nismo, y la filosofía se ha puesto a la bus­ca de una solución de este para ella insoluble problema. Pero en realidad el proble­ma no existe, ya que la relación entre el yo y el no yo no es una relación entre dos cosas heterogéneas; espíritu y materia son dos diversas expresiones de una única sus­tancia psicofísica.

Con esta hipótesis la ciencia positiva explica la correspondencia plena entre pensamiento y organismo, correspondencia que nos hace suponer que, mudando las condiciones fisiológicas de un individuo, mudarían también las psicoló­gicas. La ciencia positivista cree también poder explicar el problema moral con la directa dependencia entre la moralidad y la idealidad. Y ésta, para el filósofo positi­vista, no existe «a priori», sino que es una formación lenta de la sociedad; el hombre salvaje, por carecer de ideas directas, no puede ser moral. La idealidad posee una impulsividad que impele a la acción moral. Existe, pues, para Ardigó una única sus­tancia psicofísica, fundamento de todos los fenómenos internos y externos, y que se presenta, de un lado, como objeto físico, y del otro, como acto cognoscitivo del mismo. Materia y espíritu no son, pues, más que dos abstracciones objetivadas, cuya realidad se resuelve en una única e idéntica sustan­cia. Por, este camino el positivismo trataba de resolver el eterno problema filosófico de la relación entre el mundo físico y el mundo espiritual.

A. Bertoldini