[La loi de l’homme]. Drama en tres actos de Paul Hervieu (1857-1915), estrenado en 1897. Continúa siendo una requisitoria jurídica, lúcida y ceñida, donde el tema del Acial (v.) se amplía y se precisa en la demostración de la iniquidad de las leyes matrimoniales que el hombre ha hecho y la mujer soporta.
El conde de Raguais puede impunemente traicionar a Laura; un mínimo de precauciones basta para eludir las tentativas de una esposa que busca las pruebas de la infidelidad del marido, porque la comprobación legal del adulterio masculino está sometida a condiciones mucho más difíciles que la del adulterio femenino. Sólo por un medio ilegal, con la amenaza del escándalo, Laura obtiene una separación que, sin darle la libertad, la priva de gran parte de su patrimonio. Todas sus esperanzas las ha colocado en el porvenir de su hija de diecisiete años, que espera poder defender de la vida acudiendo a su propia experiencia. Pero en el mes que la muchacha pasa anualmente junto a su padre, se enamora y, con la complicidad de éste, se une precisamente al hijo de su amante. La ley, que ha arrebatado a Laura la venganza, los bienes y la libertad, le arrebata ahora el medio de impedir esta unión que la humilla y tortura; el código, con fórmula hipócrita, declara que, en caso de desavenencia de los padres respecto al casamiento de los hijos menores de edad, basta con el consentimiento del padre. Laura, exasperada, recurre todavía a uno de aquellos medios subterráneos que son la única salida para los débiles impotentes: denuncia al marido de su rival las relaciones que unen a ésta desde hace tantos años a Raguais. Se ha dirigido a un militar, a un hombre íntegro y generoso que, incluso con el corazón* destrozado, señala a todos el camino del deber; él continuará viviendo con su mujer, y Laura se reunirá con el marido, para hacer cesar el escándalo y las habladurías; la joven y feliz pareja edificará su vida sobre la desgracia de cuatro personas.
De esta manera el dolor provocado por la iniquidad de la ley encuentra su trágica expiación desembocando en el más alto deber de un sacrificio consciente, y el drama, que se resiente de la lúcida frialdad de las demostraciones matemáticas, cobra calor con este toque final de generosidad humana.
E. C. Valla