La Jeune Belgique, Max Waller

Revista litera­ria belga en lengua francesa fundada por Max Waller en 1881. Aparecida como órgano de un grupo de jóvenes que querían intro­ducir en su país las corrientes del espíritu moderno, la revista se convirtió en el cen­tro de un vasto movimiento que encauzó las energías más fecundas en el campo del arte y renovó el gusto literario del país. Entre sus promotores y más asiduos colaboradores contó con Waller, Hubert Krains, Edmond Picard, Camille Lemonier, Georges Eekhond, Eugène Demolder, Iwan Gilkin, Albert Giraud, etc.

En ella publicaron sus primeros versos Georges Rodenbach y Émile Verhaeren. A pesar del título la revista no tuvo un programa nacional. Su adhesión al cos­mopolitismo literario de la época (parnasianismo y simbolismo en poesía, realismo y naturalismo en prosa) no fue óbice para que los adeptos de la revista continuaran siendo belgas, más por una secreta aspira­ción que por fidelidad a un ideal nacional. Más que tender a una verdadera autonomía espiritual seguían aquel esfuerzo de afrancesamiento iniciado en Bélgica después de 1830 y contra el cual iba a reaccionar hacia 1890 la otra revista en lengua flamenca «Van Nu en Straks» («De hoy y de mañana»), que expresaba la misma voluntad de renovación proponiendo un programa más autóctono aunque también más ilusorio. En realidad, evitando el paso obligado de las teorías y de las escuelas, siempre desfavorables a la originalidad, la renovación artística debía producirse por una dialéctica inherente al mismo esfuerzo literario; las personalidades creadoras adquirían conciencia de sí mis­mas y maduraban fórmulas y actitudes que precisamente por ser individuales eran na­cionales. Este fue el proceso de artistas de una originalidad absoluta como Rodenbach y Verhaeren, y el de personalidades meno­res como Lemonnier, Demolder, etc., que a pesar de partir de experiencias ya consu­madas, consiguieron madurar una fisonomía personal dentro de la misma literatura fran­cesa.

La revista, aunque limitada a una función histórica y polémica, cumplió su programa con innegable provecho. Supo despertar en el público una gran curiosidad por la nueva literatura, introdujo la noción de arte e inició la revisión de valores de la que iba a salir toda la literatura belga con­temporánea.

C. Capasso