[L’Orazia]. Tragedia de Pietro Aretino (1492 – 1556), publicada en 1546. Aun ateniéndose al tipo general de las tragedias de imitación clásica del siglo XVI, La Horada presenta caracteres y motivaciones características.
La tragedia comienza con un prólogo cortesano, en el que la Fama celebra las alabanzas del Papa y de los principales señores de Italia. En el primer acto se asiste a un coloquio entre el padre de los Horacios, Publio, y un amigo suyo, Espurio, acerca del próximo combate entre campeones, de Roma y de Alba; sigue el coloquio de Clelia, una Horacia enamorada de uno de los tres Curiacios, con su nodriza; el acto termina con un coro de las Virtudes, que comentan las palabras de los personajes. El segundo acto está dominado por la larga narración del combate hecha por un caballero romano, Tito Tacio; le sigue a ésta la expresión del terrible dolor de Publio y el lamento de Clelia al enterarse de la muerte de su amado. Ásperamente reprendida por su padre, Clelia se desmaya. El coro de las Virtudes comenta también la acción y, de modo particular, la lamentación de Clelia. El tercer acto se abre en una atmósfera de triunfo, con la cual contrasta la indecible angustia de Clelia al descubrir, entre los despojos de los Curiacios muertos, un vestido de lino, tejido por ella para su futuro esposo. El Horacio vencedor, indignado por el dolor de su hermana, la atraviesa con su espada. El pueblo queda aterrorizado por aquel acto cruel, pero el anciano Publio lo aprueba. El coro de las Virtudes cierra el acto comentando favorablemente los sentimientos del padre.
El cuarto acto es todo él una larga discusión entre Publio y su amigo Espurio, los cuales defienden a Horacio, y los Decenviros que lo acusan y piden su ejecución capital; hasta que, por fin, el juicio es remitido al pueblo. El coro de las Virtudes comenta el coloquio. En el quinto acto Publio discute la causa con el pueblo, que comparece en escena, como personaje y no como coro, según el uso de las tragedias precedentes. El pueblo, aun condenando la crueldad de Horacio, acaba por perdonarlo absolviéndolo de la pena capital, pero condenándolo a pasar bajo el yugo. Horacio se niega indignado, pero una voz celestial le ordena que se someta a la voluntad del pueblo. El coro de las Virtudes cierra la tragedia con un comentario sentencioso de la acción. Esta tragedia, en opinión de algunos, es la más bella del siglo XVI italiano, y no ha faltado quien, con admiración excesiva, la ha comparado con los dramas romanos de Shakespeare. Ciertamente los méritos de este trabajo de Aretino son muchos e importantes: técnica libre, sin barreras de fórmulas que estorban; sentido vivo y activo de las virtudes romanas; altivez, ira, pasión y conflicto de pasiones o de ideas en los personajes; elevada meditación sobre los destinos y la gloria de Roma.
E. Allodoli