La Hora Española, Maurice Ravel

[L’heure espagnole]. Comedia musical, en un acto, de Maurice Ravel (1875-1937), sobre un poema de Franc-Nohain, estrenada en París el 19 de mayo de 1911.

Concepción, la ardiente esposa del pacífico relojero de Toledo, tiene dos enamorados: un banquero y un poeta. Se presenta en la tienda el arriero Ramiro, para que le arreglen su reloj. Pero el relojero tiene que salir y le encarga la vigilancia del establecimiento. La esposa del relojero ha calculado lo que durará la ausencia de éste y le molesta el intruso. En efecto, ya tenemos aquí al primer enamorado, el pe­queño poeta Gonzalvo; para quedarse sola con él se le ocurre a Concepción rogar al arriero que le lleve a su habitación uno de los dos grandes relojes catalanes con pén­dulo, que hay en la tienda. Ramiro, hercú­leo, servicial y complaciente, levanta el reloj como si fuese una pluma y se lo lleva. ¡Lástima que el poeta pierda tanto, tiempo en sus declamaciones! Cuando Ramiro vuel­ve, ella no tiene más remedio que alejarlo de nuevo. Se excusa: no era aquel el reloj que había que trasladar, sino el otro, y el cortés mocetón sube a buscar el primero. En tanto, Concepción hace entrar en el otro reloj a su poeta, justo a tiempo de que no lo vea el enamorado número dos, el grueso banquero Iñigo Gómez, que llega en aquel momento y se vuelve atrevido al verla sola.

He aquí a Ramiro que trae el primer reloj, y se carga a las espaldas el segundo con todo lo que contiene, como si aquello fuese un juego de poca monta. Concepción se excusa con Iñigo Gómez, y se va tras el reloj que lleva el arriero, puesto que no puede darse mejor ocasión para un coloquio con Gonzalvo. Pero es en vano, porque el poeta, allá arriba, se limita a declamar ver­sos. Iñigo, al quedarse solo, para hacer una burla a Concepción, entra en el reloj que acaba de ser colocado en su sitio. Vuelve Concepción nerviosa y humillada: no puede aguantar más con aquel reloj en su alcoba, y Ramiro sube a buscarlo para sustituirlo por el otro, donde está escondido Iñigo. También en vano: su gordura impedirá al banquero salir de la caja del reloj, y Con­cepción se expone a quedar fiel y pura «a dos pasos de Extremadura, en el país del Guadalquivir». Gonzalvo e Iñigo están ya, de nuevo, abajo en la tienda, cerrado cada cual en su respectivo reloj. Concepción se dirige a Ramiro. « ¿Volvería usted, señor, a mi habitación?» — « ¿Pero con cuál de los dos relojes?» — «Con ninguno». Y sube con el robusto mozo, mientras en la tienda se producen breves explicaciones y, cuando vuelve el marido consigue vender los dos relojes: uno a cada uno de los ineptos ami­gos de su mujer.

El libreto, algo a lo Boc­caccio pero finísimo, recibió de Ravel un ropaje musical en que cada compás tiene igual exquisitez. La página sinfónica con el tic-tac de los relojes, las divagaciones de Gonzalvo, las frases de la mujer, en cuyo papel entran todas las gradaciones, desde la jovialidad al furor, el papel del arriero, todo en esta obra es un modelo de adheren­cia musical. La hora española es considerada como una auténtica obra maestra del teatro musical contemporáneo.

E. M. Dufflocq

Ravel ha encontrado aquí un asunto que le ha permitido abandonarse a su gusto de lo cómico y a una graciosa y refinada exage­ración… En la Hora española es sobre todo interesante observar, aparte de la vivaz per­sonalidad del compositor, la delicadeza y el tino con que consigue evitar la insipidez de la opereta y la burda comicidad de la ópera bufa. (G. Jean-Aubry)