La Hora de Todos y la Fortuna con Seso, Francisco de Quevedo y Villegas

«Fantasía moral» del gran es­critor español don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). En la dedicatoria a don Álvado de Monsalve, canónigo de la santa Iglesia de Toledo, el autor especifica el ca­rácter de su obra: «El tratadillo, burla bur­lando, es de veras. Tiene cosas de las cos­quillas, pues hace reír con enfado y desesperación. Extravagante reloj, que dando una hora sola, no hay cosa que no señale con la mano. Bien sé que le han de leer unos para otros, y nadie para sí. Hagan lo que mandaren, y reciban unos y otros mi buena voluntad. Si no agradare lo que digo, bien se le puede perdonar a un hombre ser ne­cio una hora, cuando hay tantos que no lo dejan de ser una hora en toda su vida». Estas palabras muestran claramente su con­tenido irónico y satírico, tan peculiar del genio de Quevedo.

«Júpiter, hecho de hie­les, se desgañitaba poniendo los gritos en la tierra; porque ponerlos en el cielo, donde asiste, no era encarecimiento a propósito». Así empieza la obra. Júpiter — que el autor nos lo ha descrito ya de una forma cómi­ca — convoca a los otros dioses, y ordena- a Mercurio, «el chisme del Olimpo», que traiga a su presencia a la Fortuna «asida de los arrapiezos». La aparición de la Fortuna es todo un retrato: «que con un bordón en la mano venía tentando, y de la otra tiraba de la cuerda que servía de freno a un pe­rrillo. Traía por chapines una bola, sobre que venía de puntillas, y hecha pepita de una rueda, que la cercaba como a centro, encordelada de hilos y trenzas y cintas y cordeles y sogas, que con sus vueltas se tejían y destejían». Detrás de ella venía su fregona, la Ocasión, «gallega de coram vobis, muy gótica de facciones, cabeza <de contramoño, cholla bañada de calva de es­pejuelo, y en la cumbre de la frente un solo mechón, en que apenas había pelo para un bigote». Con estas presentaciones, los grandes mitos de la tradición literaria de la Edad Media son objeto de una caricatura que se convierte en una crítica definitiva.

Si los autores del Renacimiento podían aún usar el tópico de la Fortuna, esta obra de Quevedo le ha dado el traste definitivo, tras presentarnos a esta Fortuna y a su compa­ñera, la Ocasión, cuyas manos «echábasele de ver… que vivía de fregar y barrer». Jú­piter acusa a la Fortuna de cometer locuras con los hombres, a lo que ella contesta que los hombres ya la desprecian, que es una hembra que se ofrece a todos, pero que pocos la gozan. Pero Júpiter objeta que los hombres no tienen lo que merecen y que por lo menos deben tenerlo durante una hora de un día. Entonces la Fortuna empieza a «un­tar el eje de su rueda, y encajar manijas, mudar clavos, enredar cuerdas, aflojar unas y estirar otras» de su rueda desvencijada. El Sol da la hora con un grito: las cuatro. Y «la Fortuna, como quien toca sinfonía, empezó a desatar su rueda, que arrebatada en huracanes y vueltas, mezcló en nunca vista confusión todas las cosas del mundo; y dando un grande aullido, dijo: Ande la rueda, y coz con ella. Así, un médico se ve convertido de pronto en verdugo; la casa del ministro ladrón se deshace, y las vigas, paredes, muebles, etc., van todos vo­lando hacia su propietario; un orador se vuelve tartamudo; unos jueces se conde­nan a sí mismos; a un poeta culterano le «coge la hora» en el momento de la lectura de la cuarta estrofa y debido a la oscuridad de la pieza acuden lechuzas y murciélagos y los oyentes tienen que encender linternas; una dama que se está poniendo afeites, los mezcla todos, etc.

Así el autor va sorpren­diendo a los grandes señores, a las grandes damas, a los potentados, a los codiciosos, a los arbitristas, a las alcahuetas, a los le­trados, a los taberneros, a los pretendientes, a los que piden prestado. A todos les coge la hora y quedan reducidos a su verdadera condición. Abundan también las sátiras po­líticas (los capítulos y las alusiones a he­chos históricos, a pueblos, etc.: «La imperial Italia», «El Gran Duque de Moscovia y los tributos», «Los holandeses», «El Gran Du­que de Florencia», «Los tres franceses y el español», «La Serenísima República de Ve- necia», «El Dux y el Senado de Génova», los alemanes, los turcos, los ingleses, etc.). Pasa la hora y todo vuelve a sus cauces anteriores. La hora de todos y la fortuna con seso debe colocarse dentro de la mejor galería de obras satíricas.