De Gabriel Lobo Lasso de la Vega (Madrid, 1559). Pertenecía al noble linaje de los Puertollano y fué de la guardia de los «Continuos» de Felipe II y su sucesor. «El caso preciso de la evolución de los asuntos clásicos hacia la técnica novelesca de un teatro nuevo puede observarse en La honra de Dido, restaurada, en que el asunto de la tragedia de Virués se desenvuelve con mucha más acción y variedad. El introito dirigido al público y completamente aparte de la obra podrá parecer un rezagado recuerdo de la época de Naharro, pero no hay que olvidar que la loa de la época de Lope viene a ser lo mismo».
La acción representa en escena los amores de Dido y de su esposo Siqueo, la muerte de éste a manos de su avaro hermano Pigmalión, las pretensiones de Hyarbas y el suicidio de la casta matrona. El elemento decorativo, francamente renacentista, del «sonoro resonar» de los tritones, convocados por Neptuno; y de la retórica apoteosis con Diana y la Fama, junto a escenas de hambre en el asedio de una ciudad, y las lamentaciones lacrimosas de los protagonistas, «hace pensar en un teatro que sirve de puente entre la tragedia grecolatina del siglo XVI y la comedia nacional de Lope». Cuando Dido resuelve matarse para poner fin al asedio del rey africano Hyarbas, exclama: «Ya estarás con mi daño satisfecho/si de tal tiene nombre mi defensa/ mal no podrás hacerme más del hecho/ ni a mi dulce Siqueo en nada ofensa, /no pretendo más gloria de este hecho, / que tu intento dejar sin recompensa/ y que goce de esta alma quien solía/ ¡ay dulces prendas cuando Dios quería!».
En el argumento de la obra, que precede a la misma, el autor explica como los fenicios abandonaron una ‘ provincia que habitaban en Asia, a causa de grandes terremotos que en ella hubo, y se pasaron a Asiria, estableciéndose cerca de una laguna; luego se extendieron por la costa fundando una ciudad llamada Sidón (así llamada por su abundancia de pescado). Después se vieron forzados a huir, y fundaron Tiro (estrechura). Víctimas de la traición de sus esclavos, sucumbieron asesinados por ellos, que merecieron el castigo de Alejandro. Belo fue el que vino a reinar sobre Tiro, y sus dos hijos se llamaron Pigmalión y Dido. Por codicia de los tesoros que guardaba Siqueo, el esposo de Dido, Pigmalión le hace matar. Dido disimula su odio y consigue que su hermano la deje navíos para — aparentemente — encaminarse a su encuentro. El tesoro que causó la muerte de Siqueo va con ella. Y en alta mar, ante los emisarios de Pigmalión que la acompañan, finge arrojarlos al mar como sacrificio a su muerte. Los servidores de Pigmalión, horrorizados, suplican a Dido que les conserve con ella pues no se atreven a decir a su rey que el tesoro de Siqueo ha sido arrojado al mar en su presencia. Dido los retiene a su lado y sigue navegando hasta tocar en la isla de Chipre; de ésta se lleva ochenta hermosas doncellas para que procreen en el sitio a donde Dido se encamina dispuesta a fundar.
La inconsolable viuda las casa con ochenta valerosos mancebos (¡eliminando así la costumbre chipriota de que las doncellas ganaran su dote con los méritos de sus cuerpos!). Llega Dido a las costas africanas (en donde reinaba Hyarbas) y compra tanta tierra como abarca un cuero de toro, cortado en delgadísimas tiras que ciñen el terreno capaz de asentar la ciudad llamada Virsa (cuero) y después Cartago (ciudad nueva). Para huir del enamorado rey africano que no la dejará en paz hasta conseguirla, prende una gran hoguera a cuyo fuego arroja las cenizas, las vestiduras y la espada de su marido, Siqueo, y a ella se entrega después de hundir un puñal entre sus pechos. «Esta es la verdadera historia de Dido — dice al autor —, y no la que cuenta Virgilio por Eneas, que vino a Italia muchos años antes que Dido naciese. Cartago fue fundada setenta y dos años antes que Roma, según Troyo y Justino».
C. Conde