Celebrada novela de ambiente histórico — el subtítulo es «Una vida en tiempo de Felipe Segundo» — del escritor argentino Enrique Larreta (n. 1875), publicada en 1908. El principal escenario de la acción es la ciudad de Ávila.
Ramiro es hijo natural de doña Guiomar, mujer de alto linaje, y de un morisco que la sedujo, sin conocer ella su religión. La vergüenza es reparada con un matrimonio con un hombre de edad, seguido por la muerte casi inmediata del esposo. El alma de don Ramiro, ser sin voluntad, es combatida sin tregua entre la sensualidad y el misticismo. El niño, despreciado por el abuelo, es criado en un ambiente de tristeza y encierro, junto a la madre, exageradamente devota, que lo destina a la carrera eclesiástica. El mancebo entra en la intimidad de una niña, Beatriz, hija del caballero Alonso Blázquez Serrano. El amor nace entre ambos adolescentes, pero Beatriz, frívola y sensual, también ha puesto los ojos en otro doncel, Gonzalo. Con la acción principal se enlaza la secundaria del odio y los celos que Pedro, hermano de Gonzalo, asimismo enamorado de Beatriz, siente contra el mayorazgo. Van despertando en Ramiro los instintos y las ambiciones. Una misión le es confiada por su preceptor, el canónigo Lorenzo Vargas Orozco. Deberá introducirse en la morería y husmear cuanto pueda sobre una sospechada conspiración de los moriscos.
Durante sus pesquisas traba relación con Aixa, hermosa morisca, que le hace conocer las dulzuras del amor sensual. Aixa, que practica el éxtasis místico de su religión, inicia en él a Ramiro. Para escapar al sortilegio del demonio, por consejo de su preceptor, él se resuelve a espiar los conciliábulos de los moriscos que se reúnen en casa de Aixa; pero es sorprendido y acuchillado, y sería ultimado si no lo protegiera un misterioso caballero, de quien sabemos, hacia el final de la novela, que es su propio padre. A pesar del juramento hecho a su salvador, apremiado en punto de muerte por el canónigo, Ramiro denuncia a Aixa y a sus cómplices. Convaleciente, vuelve a rondar a Beatriz y a enfrentar a Gonzalo. Ella parece consentir en ser la esposa de Ramiro pero dos desgracias se abaten sobre él: la muerte del abuelo, que deja a madre e hijo arruinados, y el haber sabido el padre de Beatriz, de labios del abuelo de Ramiro, moribundo, que el mancebo lleva sangre de moros en las venas. Rechazado por la inconstante Beatriz y, ya sin hacienda, pues ha entregado todo lo suyo a prestamistas y perdido su dinero en el juego, Ramiro, al saberse traicionado por su amada, que ha concedido una cita nocturna a Gonzalo, mata a éste en duelo secreto, le quita al muerto la gorra, la capa y la máscara con que había acudido a la cita, se substituye a él, y después de haber conseguido de Beatriz, bajo las ropas fingidas, ardientes besos de amor, poseído de furor homicida la estrangula con un rosario.
Huye Ramiro a Toledo, ciudad en donde, después de diversas aventuras, presencia el auto de fe en que es quemada Aixa, ante cuyo suplicio se siente purificado y redimido del hechizo diabólico que entendía haber padecido por culpa de ella, inclinándolo a la lascivia. Pero tuerce su destino de penitente un encuentro fortuito, en Córdoba, con su padre, quien le hace conocer su linaje. Desesperado, Ramiro se embarca en Cádiz para América como soldado. El epílogo de la novela tiene lugar en Lima el año 1605. Aparece en él Santa Rosa. La doncella entra al amanecer en una iglesia. Están velando a un muerto, amortajado en amarillo sayal. De boca del novicio que lo vela, Rosa se entera de la vida criminal y de escándalo que llevó el difunto en el Perú y cómo, habiéndose propuesto una madrugada seducir y robar a la misma santa, renegó todos sus pecados después de haber saltado las tapias de la huerta, e hizo hasta su muerte vida de penitencia. Rosa, recordando al desconocido a quien con su dulce palabra había convertido aquella madrugada, deja caer flores sobre su pecho y, arrodillada ante él, reza por su alma. «…Y ésta fue la gloria de Don Ramiro», concluye la novela.
Vivido tapiz del tiempo de Felipe II — en la cual se junta también la protesta, ahogada en el cadalso, de los nobles castellanos contra el monarca, en defensa de sus fueros —, audazmente realista por momentos, iluminada en otros por poéticas descripciones, se mezclan en esta novela diversos ingredientes de la literatura del siglo de oro: lances del teatro clásico con elementos de la novela de aventuras, los arrobos de la mística con tipos y escenas de la picaresca. La prosa, suntuosa y rica, es una combinación artística de casticismo y, en los diálogos, de arcaísmo, con procedimientos estilísticos en que el autor muestra haber recogido en el campo de las imágenes, todas las experiencias del modernismo. La gloria de Don Ramiro ha sido numerosas veces reeditada y traducida: al francés por R. de Gourmont.
R. F. Giusti