La Fuga De Gabriel Schilling, Gerhart Hauptmann

[Gabriel Schilling Flucht]. Drama de Gerhart Hauptmann (1862-1946), escrito poco después del drama simbolista Pippa bai­la (v.) y, sin embargo, de tono completa­mente distinto, publicado en 1912. El autor guardó durante seis años el manuscrito en un cajón y finalmente, se dejó convencer para hacer representar el trabajo en un pe­queño teatro, donde todo el público estaba formado por invitados. Su prudencia no se explica tanto por el contenido del drama, como por la referencia, quizás en ciertos puntos demasiado evidente, a la vida par­ticular de un amigo de Hauptmann, Hugo Erich Schmidt, a quien estaba dedicada la obra. Es la variación de un motivo que ya fue tratado en muchos dramas y que es do­minante en el mismo Hauptmann: el anti­guo tema del hombre dividido entre dos mujeres, que aquí, sin embargo, parecen igualmente detestables en su cariño celoso, tanto que al final empujan al infeliz a suicidarse, ahogándose. Después de llegar a la plenitud de una representación realista — mejor dicho naturalista, animada por un poderoso soplo de humanidad — y pasar por una poesía de tonos fantásticos y sim­bólicos, Hauptmann ha vuelto con este dra­ma, bajo el signo de Strindberg, al «caso patológico», lo mejor del teatro naturalista.

Gabriel Schilling, pintor de profesión, no se presenta nunca como un héroe que, conociendo su destino, lo arrostra serena­mente, o va a su encuentro con un gesto de superior desprecio; es el hombre demasiado sensible, esclavo de sus nervios, arrojado ora a un lado ora a otro; la mu­jer, tanto en la figura de su esposa, como en la de su amante, llega a ser para él una pesadilla, una tirana que no conoce la piedad: pasa de una a otra no por íntima con­vicción o profunda simpatía, sino porque de algún modo, ya un instinto, ya otro, do­minan en su interior. Ha intentado rehuir las redes de Venus, refugiándose en una isla: pero ha ido a parar a un callejón sin salida donde acaba sucumbiendo. Es inte­resante un detalle: Hauptmann se ha com­placido en describir por centésima vez un paisaje, dibujado en el fondo del drama, con la consabida habilidad: el mar y la isla en que él veraneaba casi todos los años. Con el dialecto de los pescadores incurrió en un extraño error: inventó un lenguaje que, según la unánime opinión de los filó­logos, no se habla en ningún punto de la costa del Mar del Norte. Parece una peque­ña venganza que se ha tomado el espíritu del arte hacia este despiadado buscador de ambientes, de tipos, de «Verdades» dema­siado concretas.

R. Paoli