[La formazione natumle nel fatto del sistema solare]. Estudio de Roberto Ardigó (1828-1920), publicado por vez primera en 1877 y después en el vol. II de las Obras, 1884. De la observación de los fenómenos celestes y la explicación científica de los mismos, el autor saca la conclusión de la analogía absoluta que existe entre todas las formaciones naturales, desde el sistema solar al átomo, y de la identidad de las leyes que las rigen. Respecto a la formación del sistema solar, la ciencia ha adoptado la teoría de Kant, Laplace y Herschel, de la cual se deduce que el sistema solar es un concierto de diversas partes; éste se ha formado por un proceso de distinciones de una masa primitivamente indistinta, y las fuerzas que obran diversamente eh sus diferentes elementos, como la velocidad, la dirección y los movimientos de rotación, provienen todas de aquella única fuerza primitiva indistinta, uniformemente ejercida. Fuera de la ciencia todos los hechos son explicados por la intervención sobrenatural. La ciencia positiva, en cambio, explica el hecho natural como dependiente de una serie de hechos anteriores. Considerando lo indistinto en el espacio como materia y lo indistinto en el tiempo como fuerza, la ciencia halla una coincidencia entre ambos; ello es posible por «la identidad de ambas en lo indistinto, de cuyo seno emergen eternamente las cosas, en serie, en las cuales progresivamente se especifica, por la ley de la distinción».
La nueva era de la piencia, instaurada por Kant, Lyell y Darwin tiene su credo en la evolución natural de todas las manifestaciones cósmicas, geológicas y biológicas. El primer principio que dio origen al sistema solar no fue por consecuencia ni la materia ni la fuerza, sino más bien una materia transformable, o sea una materia, que se identifica con la fuerza. Siendo infinita la línea del espacio como la del tiempo y pudiéndose explicar cada hecho por su antecedente, cabe remontarse de causa en causa hasta el infinito. No habrá necesidad de limitarse a una «Causa prima» (otro error de la metafísica), porque precisaría admitir en esta Causa la coincidencia de causa y efecto; es decir, sería una «Causa sui». Si es posible tal coincidencia, lo será también para un hecho cualquiera de la serie, pues de otro modo sería necesario excluirla también de la primera Causa. La única primera Causa es aquello indistinto en cuyo seno se van formando por distinción los hechos aislados como materia y fuerza; perdidos éstos, los hechos pierden su individualidad, volviendo a fundirse en el todo indistinto, que será la causa de nuevas formaciones. Así sucederá también con la Tierra y el Sol: la razón de la transformación de los cuerpos debe buscarse en la fuerza que se añade a su materia, porque no se puede imaginar una materia sin la fuerza y viceversa.
Por otra parte, en lo indistinto se aprecia una variedad que no es caótica, sino ordenada. La metafísica ha explicado esto admitiendo un supremo ordenador del mundo que lo habría creado con vistas a un determinado fin, y ha señalado al hombre como fin del universo. Pero en realidad, el hombre no tiene motivo para creerse el ser más perfecto de la naturaleza, como no habría tenido razón de considerarse tal el plesiosauro de la edad jurásica. El hombre es el animal típico de nuestra era, que vive en las presentes y determinadas condiciones atmosféricas y que desaparecerá cuando éstas cambien, para dar lugar a otros seres. El hombre es finito como las formaciones aisladas, que son distintas, y tienen una duración, un ritmo. Cuando el individuo muere se disgrega y devuelve a lo indistinto las fuerzas de que estaba compuesto y de las cuales nacerán otras formaciones con ritmo diverso, dando lugar a la variedad del cosmos. El individúo muere, la especie permanece. Así morirá el sistema solar como individuo distinto dentro del cosmos. Ello no significará el fin del mundo, sino el fin de una individualidad de cuyos restos surgirá otra. No existe un teleologismo en la naturaleza, sino solamente un proceso evolutivo: la ley darwiniana es la única verdadera. El positivismo, en suma, sacrifica todos los ídolos tradicionales a la desnuda verdad de la ciencia; es en homenaje a la misma que niega al hombre un valor superior al de las otras individualidades naturales. ¿Se podrá todavía seguir hablando de la inmortalidad? Sí; pero se trata de la inmortalidad de la materia consagrada en el principio: nada se crea y nada se destruye.
A.Bertolini