[Philosophie. Ihr Problem und ihre Probleme. Einführung in den kritischen Idealismus]. Obra del filósofo alemán Paul Natorp (1854-1924), publicada en Gotinga, en 1911. Como dice su título, esta obra es una base de introducción al estudio de los problemas filosóficos desde el punto de vista del idealismo crítico, es decir, del neokantismo de la escuela de Marburg, uno de cuyos exponentes principales fué Natorp. Filosofía es el impulso de la vida hacia la verdad, es la aspiración a captar la íntima verdad de la vida. Pero la característica de la filosofía consiste en que cumple este esfuerzo de manera científica, aspira a ser ciencia, pero no la ciencia particular de un objeto particular, «sino que tiene por problema y cometido la investigación de lo que funda y realiza la unidad de la ciencia frente a las particularidades de las numerosas ciencias». Ciencia y filosofía, en su esfuerzo ideal, tienden al mismo fin recorriendo dos caminos diversos: las ciencias partiendo de la periferia al centro (de la experiencia al pensamiento), la filosofía del centro a la periferia (del pensamiento a la experiencia). Este cometido es infinito y su objeto es incansable; pero el conocimiento que cree acercarse cada vez más al objeto, es siempre el mismo en su íntimo fundamento. El problema central de la filosofía es, por lo tanto, el conocimiento mismo, el acto de conocer, con sus leyes; éste es el sentido fundamental de la reforma introducida por Kant en la investigación filosófica; dirigiéndose no al ser que es objeto inaccesible para una especulación abstracta, sino al conocimiento, la filosofía ha abandonado el terreno de la metafísica y se ha convertido en «crítica».
La filosofía crítica es método, o sea, ley «a priori» del proceso infinito del conocimiento; y precisamente por ser método y porque resuelve la experiencia en el sistema de leyes «a priori» por medio de las cuales ésta es conocida, su método es la síntesis «a priori», expresión con la cual Natorp entiende que la filosofía pone las condiciones de la pensabilidad de la experiencia, obteniéndolas no de la experiencia, sino de las estructuras inmanentes al acto mismo de conocer. Sentado esto., ¿cuáles son las «partes», o sea, los problemas de la filosofía y las ciencias filosóficas? Dado el planteamiento general del problema filosófico y la concepción que de la filosofía tiene el autor, su lugar central y primero está ocupado por la lógica, la cual elabora y desarrolla en sus estructuras el concepto de ciencia, y por lo tanto da conciencia de sí misma a la racionalidad inmanente en el saber científico. Una lógica así no es únicamente formal; sobrepasa no sólo el campo de la lógica aristotelicoescolástica, sino también el de la logística de les matemáticos modernos; su cometido más vasto consiste en desarrollar las estructuras del ser del pensamiento. La lógica es, por lo tanto, una antología, pero en sentido crítico, y su método como su objeto es la síntesis «a priori». Dadas las ideas expuestas más arriba, la lógica debería agotar todo el campo de la filosofía, como ocurrió con Cohén, el fundador de la escuela de Marburgo; pero Natorp, con una transición que no está nada clara y representa uno de los puntos más débiles de su sistema, extiende el campo de indagación de las estructuras del mundo cultural en general. La cultura aparece a Natorp investida y dominada por el conocimiento (de aquí la primacía de la teoría del conocer y de la lógica), pero no reducible a él.
De ahí que quede lugar para una ética, una estética, una filosofía de la religión y una psicología. La ética tiene un campo nuevo; el del deber, esto es, de un cometido infinito de la razón que se eleva de la esfera de lo empírico y de las categorías relativas a éste a la esfera supra- empírica y absoluta de la Idea. El concepto de libertad expresa precisamente esta supraempiricidad de la idea que se actualiza como deber. La oposición de ser y deber es superada en el arte; también ella tiene un plano propio de autonomía y de objetividad en el hecho de no mirar a lo universal determinado según leyes, como la ciencia y la moralidad, sino al individuo como tal, a la individualidad como elemento irreductible de la experiencia. La religión, en cambio, frente al conocimiento, a la moralidad y al arte, tiene como característica fundamental el ser «fe», o sea, el ser subjetiva, expresar la voluntad de vivir de la persona en cuanto ésta busca en el proceso con que se identifica íntimamente, en su propio interior, con la totalidad (tal es, para Natorp, el único sentido admisible de la «trascendencia» de lo divino) su propia garantía y su propio fundamento. Después de la deducción y la exposición de las estructuras del conocer, del querer, del arte y del sentimiento religioso, el cometido de la filosofía parece agotado, pero en realidad no lo está: la objetivación del mundo cultural, operada por la filosofía, substituye un mundo viviente por un cuadro muerto; la psicología, que se plantea no desde el punto de vista de la cultura objetivada, sino desde el de la actividad subjetiva que da origen a la cultura misma en sus diversas formas, es el necesario complemento del cuadro; psicología, sin embargo, que no debe entenderse en el sentido habitual, como ciencia empírica de los fenómenos llamados psíquicos o del «sentido interno» (y Natorp, de acuerdo con todo el idealismo, critica la distinción de «interior» y «exterior»), sino como doctrina del acto mismo del sujeto.
Tal es en sus líneas generales la obra de Natorp, importante porque compendia y expone sistemáticamente una de las formas más significativas de idealismo trascendental y de neokantismo; su síntesis, sin embargo, junto a una indiscutible solidez de concepción, revela un continuo esfuerzo de deducción a menudo artificioso, y ésta es quizá la mayor limitación del idealismo de la escuela de Marburg. Además, el paso de una filosofía como lógica trascendental a una filosofía como teoría trascendental de las objetividades culturales, al propio tiempo que representa un notable enriquecimiento de la problemática filosófica y una ampliación de horizontes, no queda, sin embargo, formalmente justificada; menos justificada todavía queda la admisión de una psicología como teoría del acto del sujeto.
G. Franceschini