La Filosofía del Espíritu, Georg Wilhelm Friedrich Hegel

[Die Philosophie des Geistes]. Obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), la tercera parte y la más importante de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio (v.) publicada en 1845. El co­nocimiento del espíritu como es «en sí» en la necesidad de su desenvolvimiento dia­léctico, es la ciencia de la lógica desarro­llada en la primera parte, «Lógica» (v. En­ciclopedia) y en la Ciencia de la lógica (v.); el conocimiento del espíritu en su «ser otro» o «por sí», es la filosofía de la naturaleza desarrollada en la segunda par­te de la Enciclopedia, titulada precisamen­te «Filosofía de la naturaleza»; la teoría de las formas en las cuales el espíritu «en sí y por sí» se comprende a sí mismo y cum­ple su desenvolvimiento, es la filosofía del espíritu. Las formas en que el espíritu se desenvuelve son tres: la subjetiva o indi­vidual, la objetiva o general, y la absoluta o divina. En el estudio de la primera for­ma, la filosofía del espíritu comprende tres ciencias: la Antropología, que trata del alma natural en su desarrollo desde la sensi­bilidad a la conciencia; la Fenomenología, que trata del proceso por el cual la con­ciencia se torna autoconciencia, y la Psico­logía, que estudia el desarrollo de la ra­zón, la cual, sentando primero la antítesis teoría-práctica, llega con su voluntad li­bre y autoconsciente a reconocerse como unidad, como racionalidad natural y supra- individual, como espíritu objetivo. Así pasa el espíritu a la segunda forma de su des­envolvimiento: el espíritu objetivo es con­ciencia de la universalidad, por la cual la libertad se actualiza en la realidad humana supraindividual.

El estudio del espíritu ob­jetivo es materia de la filosofía del dere­cho, la cual comprende el derecho abstracto o natural en su forma interior o mo­ralidad, y, finalmente, la síntesis de lega­lidad y moralidad: la eticidad. La más alta forma del espíritu, la eticidad, se actua­liza en la familia, en la sociedad, enten­dida como organización para fines económi­cos utilitarios y en el Estado, que es eti­cidad concreta, determinada como espíritu nacional. Pero la verdadera realización de la idea de Estado no se busca en un Estado particular, sino en el desenvolvimiento his­tórico de la humanidad, en la historia uni­versal. Ésta es desarrollo del espíritu pen­sante, que supera la limitación de los es­píritus nacionales; la filosofía del espíritu llega de este modo al concepto del espíritu absoluto, en el cual se resuelve el dualis­mo de espíritu subjetivo y de espíritu ob­jetivo, y que es «realidad eternamente ac­tiva, en la cual la razón que sabe y es libre por sí, y la necesidad, la naturaleza y la historia, sirven sólo para su revelación». El saber del espíritu absoluto se desarrolla en tres formas: como intuición, en el arte; como representación, en la religión; como concepto, en la filosofía. Las formas de vida estética, religiosa y filosófica no son sino las diversas manifestaciones de la mis­ma autoconciencia absoluta. Lo bello es in­tuición del espíritu absoluto en cuanto re­vela la plena identidad de idea y de fe­nómeno.

Lo bello natural debe ser consi­derado como un momento dialéctico del desarrollo de lo bello artístico o ideal, en sus tres formas fundamentales: la simbó­lica, que permite sólo adivinar la idea en el fenómeno; la clásica, que representa esta unidad con ingenuo realismo; la romántica, que conscientemente concilia idea y fenó­meno. El arte esencialmente simbólico es la arquitectura, en la cual las relaciones con el contenido espiritual son únicamente insi­nuadas; el clásico, es la escultura, por la cual la individualidad espiritual es repre­sentada en forma sensible; artes románticas son la pintura, la música y la poesía, que dan adecuada expresión fenoménica al con­tenido de la conciencia, en las formas de la imagen, del sonido y, con mayor perfec­ción, del lenguaje. Si el primer momento del espíritu absoluto es intuición o arte, el segundo momento es religión o representa­ción, y en la conciencia humana se des­arrolla a través de varios grados. El primero es la religión natural, fundada en una con­cepción imaginaria de la naturaleza; el se­gundo es la religión de la individualidad espiritual; el tercero, la religión cristiana que, en su concepción-más elevada, es re­ligión absoluta. En ella Dios aparece, tal cual es verdaderamente, como espíritu ab­soluto: idea eterna que se desarrolla en el mundo, el Padre; idea que ha llegado a la conciencia, el Hijo; idea de unidad, de lo interno y lo externo, de conciencia y de mundo, Espíritu universal.

En fin, lo que en el arte es intuición, y en la religión es representación, ha de ser contenido en la filosofía como concepto, Pero también la filosofía sólo cumple su cometido en su des­envolvimiento histórico; la historia de la filosofía es el proceso de la cultura del es­píritu humano, la conquista progresiva de la autoconciencia. Así la filosofía «pensa­miento del mundo», es la idea que se pien­sa a sí misma en lo concreto de su devenir, es la «verdad que sabe y la logicidad, la universalidad que se atestigua en el contenido concreto como realidad de la logi­cidad misma». La Filosofía del Espíritu ha ejercido un decisivo influjo orientando en sentido historicista, la filosofía y la cultura del siglo XIX.

E. Codignola