La Filosofía del Como-Si, Obra de Hans Vaihinger

[Die Philosophie des Als-Ob]. Obra de Hans Vaihinger (1852-1933), publicada en 1911 en Leipzig. Dedicada al Congreso filosófico de Bolonia, se relaciona con el movimiento más de desviación que de revisión del Po­sitivismo (v.), que en Italia se expresó me­diante el realismo espiritualista de Tarozzi y con la «Pedagogía del Como-si» de Marchesini (1905-1925), en alemania y en Fran­cia con el empiriocriticismo (Avenarius, Poincaré) para los que, los «conceptos» no representan más que una economía del pen­samiento. En las «Premisas a la introduc­ción» el autor se pregunta «Cómo pueden lograrse efectos justos, mediante pensamien­tos conscientemente falsos», según demues­tran muchas corrientes filosóficas (volunta­rismo, gnoseología de Mach, nietzscheanismo, pragmatismo) entre las que cita las corrientes italianas de Croce y de Marchesini. En «La Introducción» considera el pensamiento como «función orgánica que opera con arreglo a fines», expresión del alma, entendida no como «substancia», sino como conjunto de funciones, que, del mis­mo modo que la actividad biológica, actúa para adaptarse al ambiente.

La primera par­te de la obra, dividida en cuatro secciones, sienta los «Principios fundamentales», tomados del axioma según el cual el conoci­miento no es imagen de lo real, sino sólo un instrumento de orientación que se sirve de «verdaderas ficciones», usadas como rea­les, aunque contradictorias consigo mismas y con la realidad (por ’ ejemplo: átomo), y de «semificciones», contradictorias sólo con la realidad (por ejemplo: clasificación cien­tífica, cap. I). Sigue después el examen de las «Ficciones abstractivas o neglectivas», que, cuando son exageradas, forman con­ceptos vacíos como el de «substancia»; en tanto que rectamente usadas, forman «fic­ciones» útiles, como la de «hombre medio» de que se sirve la estadística. Tenemos des­pués las ficciones «paradigmáticas»; las «utopistas» (por ejemplo: Estado Ideal) y las «típicas» (por ejemplo: animal origina­rio). La ciencia se sirve de «ficciones ana­lógicas» (mitos, categorías, etc.) por las que se llega a lo que los comentadores kantia­nos llaman el «conocimiento simbólico», y de «ficciones jurídicas», creadas por el de­recho romano, que supo distinguirlas bien de las «praesumptiones», en las que no se presupone la falsedad del concepto.

Siguen las «ficciones personificativas» (cap. IV) que hipostatizan un fenómeno (alma, gra­vitación, etc.); las «adicionativas»; las «eurísticas» (sistema tolemaico), que aplican el método «ficcional» especialmente usado por las matemáticas (punto, línea, superficie, números irracionales, cálculo diferencial, caps. X y XII); las «éticas» (cap. XI), las que, como la idea de la «libertad», son «monstruosidades lógicas», contradictorias, pero útiles en tanto que, sin ellas, no sería posible ningún progreso. Tenemos después las ficciones de «generalización abstracta» (cap. XI), usadas por las ciencias históri­cas (por ejemplo: voluntad general); las famosas del «infinito» (cap. XIII); de la «materia» (cap. XIV), absurdo sólo eviden­ciado por la filosofía del «Como-si» o «po­sitivismo crítico», que parte del «dato», pero admite como prácticamente verdadero lo que es teóricamente falso. La ciencia es una contextura subjetiva y, por lo tanto, un mal inevitable, regida por la lógica que es una especie de andamio y, como tal pro­visional; esto aparece claro en las «ficciones diferenciales» (cap. XV), útiles, pero muy discutidas £por ejemplo: átomo). La mecá­nica y la física matemática se apoyan so­bre «ficciones» (cap. XVI) del mismo modo que la metafísica se apoya sobre el engaño de la «cosa en sí» (cap. XVII) o del «ab­soluto» (cap. XVIII), el cual es irreal, mien­tras que real sólo es «lo sentido». El cap. XIX resume el método de ficción.

La se­gunda sección de la primera parte res­ponde a la pregunta de cómo es posible que hasta ahora la lógica haya olvidado este mundo de ficciones, y Vaihinger lo compara con el método inductivo, revelando que las «semificciones» pueden llamarse «faltas conscientes» («Tehler») en tanto que las ficciones son «errores conscientes» («Irrtümer»). La actividad expresada por el ver­bo latino «fingere» se usó primero en el campo estético y luego en el científico; pero el método es el mismo, aunque el fin sea diverso-: basta «juzgar» para crear «ficcio­nes», que no son arbitrarias, que tampoco son mentiras ni pueden confundirse con la «hipótesis» que necesitan «verificación», y no solamente «justificación» (cap. XXI). Es, sin embargo, fácil confundir la «hipótesis» con la «ficción»; si bien ésta se expresa sólo con la fórmula del «Como-si», que es un cotejo particular que el autor examina en el cap. XXII, y en el que es tan difícil de vencer la exigencia de no apartarse de la realidad, porque resulta útil para el propio progreso lógico y moral. En el ca­pítulo XXIII, el autor pasa revista a las diferentes expresiones usadas hasta ahora para expresar las «ficciones» («cuasi con­trato», «pseudo concepto», «modos de decir», etc.), modos que, más tarde, se han some­tido a un método de «corrección» (cap. XXIV), según el principio general con arre­glo al cual el pensamiento no puede por menos que utilizar estos «giros» lógicos, que sólo son «apoyos transitorios del pen­samiento» (los propios conceptos, son un ejemplo de tales «apoyos»).

El alma obede­ce a sus leyes como las obedece una má­quina; y son «máquinas economizadoras de fuerza» todos los procesos psíquicos, sobre cuyo «manejo» nos instruye la teoría ficcionalista, que es una verdadera tecnología del pensamiento, que nos muestra el valor de las ideas, de las categorías y el modo cómo se pueden rectificar las diferencias» o se puede «corregir un error con otro error» (cap. XXVI), tanto más por cuanto a me­nudo cambia el valor de las ideas (cap. XXVII). La tercera sección de la primera parte examina la historia de las «ficciones» de su respectiva teoría. Ellas son hijas del tiempo moderno, emancipado del prejuicio de que la realidad deba ser tal como está representada; los griegos no las conocieron, y los romanos, más prácticos, las utilizaron en el derecho: el Medievo, con los nomina­listas, las distinguió muy bien, y en la era moderna se usaron mucho en el campo filo­sófico y científico, siendo estudiadas por muchos pensadores, que Vaihinger cita (caps. XXVIII, XXXIV). El autor reem­prende, en la cuarta sección, la discusión teorética, demostrando que esta teoría nos mantiene alejados del optimismo y del pe­simismo. La segunda parte trata de las aplicaciones especiales del ficcionalismo: clasificaciones, método de A. Smith, método usado por Bentham, por la psicología (Condillac), por la sociología, la matemática, la moral, etc.; y concluye diciendo que toda la actual polémica sobre el valor de la ciencia no hubiera surgido de haberse aten­dido a la admonición «ficcionalista».

Exa­minando el sentido gramatical y lógico del «Como-si», Vaihinger muestra que el «jui­cio ficcionalista» es una especie particular del de «modalidad». La tercera parte, divi­dida en cuatro secciones, está dedicada a confirmaciones históricas, tomadas primero de Kant, de cuya doctrina asegura el autor que da la «verdadera» interpretación, po­niendo de relieve la tendencia «radical», más «crítica» que la «conservadora», a la que se atienen la mayor parte de los co­mentadores. No obstante esto, el autor no puede negar que, en los escritos kantianos, no faltan rasgos de repudio del método fic­cionalista, como si en Kant coexistieran dos tendencias opuestas. Lo que Kant llama «ideas» son para Vaihinger «ficciones»; por eso es fácil decir que en la filosofía crítica práctica se «cambia de tono», porque se da a estas «ideas» un valor que no conviene a las «ficciones». Por otra parte, el propio Vaihinger confiesa que «escoge» los pasajes más convenientes para la tesis «radical». La segunda sección habla del ateísmo en Forberg, como conclusión del relativismo kan­tiano. La tercera sección de esta última parte, examina el «punto de vista del ideal» de Lange como ficcionalismo, en tanto que la cuarta es un interesante resumen de la doctrina de Nietzsche como «doctrina de la apariencia conscientemente querida», presentada como «voluntad de apariencia». La obra suscitó vivas discusiones en el campo filosófico, hasta el punto de que Vaihinger con R. Schmidt fundó en 1918 los «Annalen der Philosophie des Als-Ob» y la colección «Bausteine zu einer Philosophie des Als-Ob».

A. Poggi