La Filosofía del Arte, Giovanni Gentile

[La filo­sofía dell’arte]. Obra de Giovanni Gentile (1875-1944), aparecida en 1931. Intenta en ella un desarrollo sistemático del problema del arte, desde el punto de vista de la filo­sofía «actualista». Dice el autor que es pre­ciso ante todo sustraer el arte a la suma­ria y grosera consideración del sentido común, para hacerlo objeto de una investi­gación especulativa que defina su natura­leza y le asigne el puesto que le incumbe en la dialéctica del espíritu. Desde hace poco, la filosofía ha reivindicado la auto­nomía del arte; pero esta afirmación no debe hacer pensar que el arte sea un frag­mento del espíritu y que nazca como pro­ducción de una actividad específica, distin­guible de todas las demás. El espíritu es, en efecto, unidad y no suma de funciones que operen en esferas separadas privadas de re­cíproca relación. Sólo en el arte parece el hombre celebrar plenamente su libertad, porque en el afán de la creación se siente libre de todo límite y de todo vínculo. A la manera de Vico, Gentile representa al ar­tista como un niño prodigio, o como un divino bárbaro que vive de sus fantasmas como en un milagroso mundo real. Sin em­bargo, el arte no es juego ni es tampoco mera diversión, sino que corresponde a exi­gencias serias y profundas. Es momento in­mediato de la espiritualidad en cuanto ma­nifestación primitiva de la libertad del hombre, que, limpio el ánimo de las severas meditaciones filosóficas y científicas y de los intereses prácticos, se espacia señoril­mente en los campos infinitos de la fanta­sía, creando en ellos formas de gran belle­za.

Gentile, que en otras obras había afir­mado con vigor e insistencia la efectividad del espíritu, no puede dejar de reconocer en este momento estético el carácter de la totalidad, porque en el arte está presente y vivo todo el espíritu. Acoge, por tanto, en sí a la moralidad, no porque se la pro­ponga deliberadamente como un fin extrín­seco, esto es, no para cumplir un deber didáctico de edificación moral, si por moralidad se entiende, no la abstracta norma del deber, sino el principio interno de li­bertad y de creatividad. Cada mortal tien­de al arte como a un mundo sugestivo y maravilloso al que se acerca con reverencia y estupor para aquietar las ansias y las aprensiones que crean el tumulto de la vida cotidiana o el afán de conocimiento. El arte tiene, por tanto, de modo análogo a la religión, una función catártica. El espíritu, depurado gracias a él de toda turbación y de todo problema, se recoge a contemplar su infinitud en un éxtasis sereno. Es un dulce y saludable olvido, una distensión confortable en la que nos sentimos crea­dores y dominadores de la realidad. Pero apenas salidos de este estado de gracia, la vida vuelve a tomarnos, nos impone nueva­mente sus problemas y sus duros fines. Con esta obra, Gentile quiso, sobre todo, afirmar la totalidad del espíritu en el acto artístico y su fundamental eticidad. Son las dos exi­gencias fundamentales de toda estética mo­derna seria, a las cuales ya Croce, con el que Gentile polemizó ásperamente sin reconocerle originalidad, había tratado de sa­tisfacer en la elaboración de sus primeras doctrinas y en la profundización ininte­rrumpida de su intuición estética inicial. Muchas de las críticas de Gentile o no lle­gan al núcleo más profundo del pensa­miento de Croce o se detienen demasiado sobre expresiones aisladas suyas. Pero aun en esta atmósfera de turbio apasionamiento la Filosofía del arte tiene páginas de fasci­nadora penetración y atisbos de intuición genial.

E. Codignola