La Feria De Sorotchinsky, Modest Petrovic Musorgskij

[Sorocinskaja Jármarca]. ópera rusa en tres ac­tos, libreto y música de Modest Petrovic Musorgskij (1839-1881), basada en el texto de la novela del mismo título de Gogol. Se representaron dos actos, preparados por Cé­sar Cui, en Moscú el año 1913; la ópera com­pleta, concluida y orquestada por Nicolás Tcherepnine, se representó por primera vez en Montecarlo, traducida al francés por Louis Laloy, el 17 de marzo de 1923. El autor concibió la idea de componer una ópera cómica sobre la novela de Gogol, en 1875; emprendió la tarea inmediatamente y con ardor, utilizando temas populares de la pequeña Rusia y siguiendo muy de cerca el texto original. Pero, hacia 1878, su en­tusiasmo se enfrió y la obra quedó inacabada hasta su muerte. Tcherepnine terminó las escenas incompletas tomando la música de la misma ópera y limitándose a desarrollarla según las necesidades de cada una de ellas. Cuando a pesar de su esfuerzo se hacía necesario un complemento, procuró recurrir a la música de otras obras del mis­mo Musorgskij, teniendo en cuenta las si­tuaciones, los caracteres y los sentimientos. Para la orquestación se atuvo a las cos­tumbres en uso entre los maestros de la escuela nacional rusa hacia 1875. En Sorotchinsky, un día de feria.

Entre los curio­sos, las vendedoras y los mercaderes, un bohemio narra historias de diablos que se aparecían con una cabeza de cerdo. Mien­tras tanto, el joven Gritzco, que hace la corte a Paracha, encuentra a Tcherevik, el padre de la muchacha; prepara una peti­ción de mano y hace planes para el futuro. Poco después, Tcherevik sale del albergue, un poco ebrio, y encuentra a su esposa Kivria, que no se aviene a aceptar como yerno a quien considera excesivamente po­bre para su gusto. Por su parte, el bohemio hace a Gritzco la proposición siguiente: si el joven le cede sus bueyes por sólo veinte rublos, él preparará las cosas de tal modo que pueda conseguir con toda seguridad la mano de Paracha. Kivria espera en su casa a Athanase Ivanic, el hijo del «pope», y no encuentra nada mejor para librarse del pobre Tcherevik, que pelear con él y enviarle a dormir en el corral. Luego ella comienza a acicalarse, prepara los manja­res más sabrosos, y canta para matar el tiempo mientras llega aquel a quien está esperando. Cuando han acabado de comer abundantemente y todavía con la boca lle­na comienzan a abrazarse, oyen entonces golpear a la puerta. Apenas ha tenido la mujer tiempo de esconder al hijo del «po­pe» en la buhardilla, cuando entran Tche­revik y sus amigos, todos ellos muy con­movidos por las historias del diablo que han oído explicar al bohemio. Se hacen inmediatamente traer una botella y Tche­revik cuenta la historia de «El vestido rojo»: se trata de un diablo demasiado ho­nesto que fue arrojado del infierno por haber realizado una buena acción; al llegar a la tierra bebió allí de tal modo que se vio obligado a empeñar su vestido en casa de un judío. Éste lo vendió, pero una no­che oye un gruñido y vio aparecer en su ventana numerosas cabezas de cerdo.

La historia no deja de producir su efecto en este auditoria que fanfarronea, pero que en el fondo comienza a temblar. En este momento el hijo del «pope» cae rodando de la buhardilla e intenta cubrirse con un manto rojo de Kivria. El espanto es gene­ral, pero el bohemio no tarda en descubrir la verdadera identidad de este diablo. Ki­vria pierde con ello toda su autoridad y no puede ya oponerse al matrimonio. Éste es el asunto del tercer acto. Las canciones y los alegres rumores de la feria se desenca­denan con toda libertad. Estas canciones, por otra parte, ocupan casi la mitad de la partitura, y constituyen en su conjunto el descubrimiento más notable que Musorgskij hizo en el patrimonio popular de la Pe­queña Rusia; resultan encantadoras por su frescura y perfección. El diálogo está asi­mismo inspirado en temas populares. No existe nada recitable. La feria de Sorotchinsky debía ser, según la concepción del autor, un florilegio de canciones populares de la Pequeña Rusia, desarrolladas y ordenadas de acuerdo con un plan dramático, reali­zando así el ideal nacionalista de los Cin­co; efectivamente, fue todo esto, y algo más, un florilegio de sus propias obras rea­lizado a partir de sus óperas y de sus ad­mirables cantos, que suman un centenar.

E. M. Dufflocq