La Fe Cristiana Según los Principios de la Iglesia Evangélica, Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher

[Der christliche Glaube, nach den Grundsdtzen der evangelischen Kirche im Zusammenhange dargestellt]. Esta obra de Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher (1768-1834), publicada en 1821, si bien bajo algunos aspectos es menos original y menos notable que los discursos sobre la Religión (v.) y que los Monólogos (v.), es, por otra parte, la expresión más ponderada y madura de su posición con respecto al dogma cristiano. En este sen­tido tuvo en la evolución del pensamiento religioso del pasado siglo, una influencia sólo comparable, en un campo distinto, a las Críticas kantianas, y por esta obra se considera con justicia a Schleiermacher, tanto por sus discípulos como por sus ad­versarios, como el padre del protestantismo moderno; une a un fondo idealista román­tico, una forma espiritual que, contraponiéndose a la ortodoxia y al racionalismo de fines del siglo XVIII, trató de reconquis­tar el contenido esencial del Cristianismo, resolviéndolo en la interioridad del senti­miento y de la voluntad moral. El autor, que en la Religión había demostrado la au­tonomía de la religiosidad como función del espíritu, haciéndola residir en el sen­timiento, en su obra sobre la fe cristiana intenta la reducción crítica del dogma a los datos de la conciencia cristiana, liberándolo de los elementos especulativos y culturales que en él se introdujeron en épo­cas en las que el pensamiento cristiano coincidía con la suma del saber humano y que resultan un lastre en una época de crítica y de renovación científica.

La dog­mática presupone para el autor la existen­cia de la comunidad creyente, y su fin se limita a exponer de manera descriptiva la fe de la Iglesia en la hora presente, sin excluir ulteriores desarrollos. Definido de esta manera su método, el autor somete a un análisis la «conciencia religiosa» tal co­mo la presupone el Cristianismo y tal como está contenida en él. Esta conciencia es esencialmente un sentimiento de depen­dencia absoluta que, precisamente por eso mismo, no puede confundirse con la de­pendencia de la causalidad natural, de la que el hombre participa como miembro del universo, y que contiene en sí, como dato inmediato, la certeza de la existencia de Dios. Las doctrinas de la Creación y de la Providencia son la expresión de esta conciencia; pero de modo positivo y ade­cuado, sólo lo es la segunda, mientras que la teoría sobre los orígenes del mundo, que no es un dato inmediato de la conciencia cristiana, le interesa sólo en cuanto que tiende a excluir que una parte cualquiera de lo finito se sustraiga a la dependencia de la causalidad infinita, o que esta causa­lidad infinita sea colocada entre las de­terminaciones y las antítesis finitas. Pero la conciencia religiosa, en su realidad his­tórica e individual, está determinada por la oposición entre el pecado que la com­prime y la gracia que la reaviva, siendo la fe cristiana conciencia de redención. La li­beración de los obstáculos que impiden la comunión con Dios, tiene lugar por la influencia de la conciencia excepcional de Jesucristo.

En Cristo, es precisamente en quien la conciencia de Dios es tan per­fecta que se puede definir como «el verda­dero y propio ser de Dios en Él». Cristo, para el autor, es el hombre ideal, cuya apa­rición introduce en la causalidad natural e histórica un nuevo principio creador. Él es propiamente el único milagro que el pen­samiento de Schleiermacher deja subsistir, en su voluntad de superación del sobrenaturalismo tradicional; y lo hace intencio­nadamente, porque este milagro es indis­pensable para la conciencia de la Reden­ción, que es la participación en una vida infinita. La comunión vital con Cristo se actúa en la Iglesia, que es la comunión de las almas por Él renovadas y asociadas en una recíproca influencia y para una acción común del conocimiento de un espíritu co­mún: el Espíritu Santo, que es la unión de lo divino y de lo humano en una colec­tividad. La obra termina con un breve tra­tado del dogma de la Trinidad, que en su forma especulativa no es una expresión in­mediata de la autoconciencia cristiana.

G. Miegge