La Familia de León Roch, Benito Pérez Galdó

Publi­cada en 1878, esta novela de Benito Pérez Galdós (1843-1920) representa, dentro de la evolución del conjunto de la obra galdosiana, la crisis de la «novela de tesis», que dará paso a un sentido más desinteresado y propiamente literario en la creación na­rrativa. El planteamiento inicial de la obra está sometido aún al propagandismo ideo­lógico que afecta excesivamente las prime­ras novelas de Galdós: León Roch, el pro­tagonista, es un ingeniero, escéptico en materia de religión, que contrae matrimo­nio con María Egipcíaca, una mujer bellí­sima, pero de mentalidad opuesta a la suya, pues es devota hasta la beatería, y todos sus afectos y pensamientos están sometidos a la minuciosa dirección de su confesor, el padre Paoletti. Este matrimonio, nacido de una mera atracción física, no tarda en verse abocado al fracaso, al que contribuye tam­bién la aparición de Pepa Fúcar, que fué el primer amor, casi infantil, de León Roch. A pesar, sin embargo, de la sequedad y falta de tacto con que María Egipcíaca tra­ta de convertir a su marido, éste le sigue fiel, y Pepa Fúcar, enamorada inútilmente de él, termina por casarse despechadamente con un amigo juerguista de Roch.

Con el tiempo, León Roch se separa de su esposa y acaba enamorándose de Pepa Fúcar, que ha quedado viuda: lo cual llega a oídos de la joven devota que, dejando a un lado sus ascetismos, reacciona según el amor huma­no y se presenta ante su marido para re­conquistar su perdido cariño. Pero bajo el peso de tantas emociones, su razón vacila y termina por morir, en el mismo instante en que el marido de Pepa Fúcar, a quien todos creían muerto, reaparece para impe­dir todo proyecto de nuevo matrimonio de León Roch. Como se ve, el argumento que­da un tanto inconcluso y desigual, en su trágica terminación: se tiene la impresión de que Galdós ha acometido el desarrollo de la novela sin tener prevista la resolu­ción, partiendo sólo de un planteamiento lógico del conflicto de ideas, y que a me­dida que escribía, ha ido vacilando, entre instancias morales contradictorias, para con­cluir de una manera que queda parcial­mente en suspenso. Algo análogo le ocurre con sus personajes, y especialmente con el padre Paoletti: después de haberle presen­tado a una luz totalmente adversa, hay luego momentos en que parece contradecirse, llevado por el sentido novelístico de la complejidad del alma humana, y deja ver otros posibles puntos de vista de juicio. En realidad, los personajes mejor logrados son los secundarios, los tipos de la alta sociedad madrileña.

Pero «La familia de León Roch» adolece de que su exceso inicial de ideas da lugar a un estilo artificioso y retórico que llega a veces a invalidar los diálogos. El autor, a fuerza de luchar con su premio­sidad estilística y sus ecos de lecturas clá­sicas, empieza a sentir una viva curiosidad por la forma de expresión de sus personajes, cuando el carácter secundario de éstos le deja tranquilidad para ello, y subraya de modo irónico y burlón las frases hechas y los tópicos que brotan de los labios de sus tipos: costumbre que en novelas posterio­res, como la trilogía «Torquemada», llegará al borde de la obsesión, aun a costa de ha­cer resaltar más las insuficiencias del pro­pio estilo galdosiano. En resumen, pues, «La familia de León Roch» interesa, más que por su valor intrínseco, por lo que repre­senta dentro de la totalidad de las novelas de Pérez Galdós: su proselitismo en la ex­posición de sus tesis anticlericales y pro­gresistas se revela ya definitivamente in­suficiente para la creación narrativa, y el autor tendrá que volverse hacia lo que en esta obra es sólo ambiente y fondo: la at­mósfera madrileña y sus abigarrados tipos, en todas las clases sociales. En este sentido, «La familia de León Roch» es fecunda y decisiva en la experiencia de su autor.

J. M.a Valverde