Novela de Pío Baroja (1872-1956), perteneciente a la trilogía «La selva oscura», de 1932. Esta trilogía tiene un propósito muy definido: captar y acentuar el color y el sabor de una época impregnándose «lo más posible de la esencia del tiempo». No trata, sin embargo, el narrador de hacer una obra histórica, sino más bien la biografía de gentes oscuras, modeladas y hasta inmoladas, por las circunstancias y el ambiente. El sabor y el color de la época están más verazmente logrados por el trasfondo histórico que poseen estas narraciones y que, a veces, se impone como un primer plano. El propio Baroja ha justificado esta mezcla de elementos por su afición a la crónica que «quizá dependa de una gran curiosidad por los hechos y cierta indiferencia por las palabras». Todos estos presupuestos nos dan bastante luz para comprender el alcance de la trilogía y, concretamente, el de «La familia de Errotacho». Asistimos a’ las sacudidas que la primera guerra mundial produjo en el sur de Francia y a los procedimientos políticos y fiscales que allí se ejercen. Contra todo lo francés reacciona violentamente Gastón, el protagonista de la primera parte. En su espíritu luchan el odio a Francia y el amor a Felicitas, la doncella francesa; al fin, sin que ninguno de estos sentimientos logre vencer al otro, Gastón huye a California a vivir como pastor.
Más adelante (se cuenta en El cabo de las tormentas), el héroe muere asesinado en Alaska. La segunda parte de la novela es la historia de Manish, el hermano de Gastón, desertor de España y enamorado de Francia. Esta segunda parte es otro nuevo «documento del tiempo»: conocemos la actividad de desterrados y prófugos al otro lado del Pirineo; sus proyectos de revolución y la intentona histórica de Vera. La mayor parte de la narración describe morosamente este fracaso. Allí están todos los cabos sueltos que no llegaron a unirse y que condujeron a unos desgraciados hacia la muerte, allí están las gentes, tan diversas, que movidas por ganas de aventura, ilusiones políticas o, simplemente, por inercia, cruzaron un día la frontera por Vera, allí están también las escasas virtudes de los indígenas. Allí un poco la repetición de la historia^ en el recuerdo de Mina antecedente — idéntico en muchas cosas — de estos fracasados de hace cien años después. Tras la derrota, viene el mundo de los procesos y de las condenas y, al fin, la muerte de los cabecillas narrada en unas largas páginas de tétrico espíritu y de macabra morbosidad (verdugos, acompañantes, patíbulo, etcétera). Las dos partes de la novela — muy dispares en su extensión —, son totalmente independientes en sus personajes y en su desarrollo; en la primera, hay más interpretación que en la segunda, crónica detenida de un pequeño hecho histórico, analizado hasta sus últimas consecuencias. A veces, cierto forzado anticlericalismo o ciertas posturas radicales. La novela, como tal, no es un fruto logrado; sin embargo, la descripción de la aventura de Vera, merece recordarse entre las narraciones más vivas y emocionantes que hayan podido salir de la pluma del gran novelista.
M. Alvar