La Doncella de Orleáns, Voltaire

[La Pucelle d’Orléans]. El siglo de las luces no perdonó la figura de la heroína, y Voltaire (François-Márie Arouet, 1694-1778) pretendió herirla con sus procacidades en un poema comicoheroico en versos decasílabos. La primera edición salió en 1775, pero seguidamente el autor no quiso reconocerla; la misma suerte tuvieron las otras ediciones, hasta que, en 1762, fue publicada la edición definitiva, compuesta de 21 cantos.

Se trata de una movida y burlesca parodia de los poemas caballerescos, inspirada en el modelo de Ariosto, muy admirado por el autor. San Dionisio ha bajado del cielo para buscar en Francia alguna «doncellez» por cuyos mé­ritos pudiesen salvarse las suertes de la gue­rra, en peligro a causa del amoroso olvido del rey Carlos, que lo pasa muy bien con su favorita, Inés Sorel. Descubierta Juana de Arco en la figura de una rubicunda y rústica moza de mesón, el Santo la protege, y le cuesta fatigas el mantener incontami­nada la pureza, a menudo en peligro, de la muchacha. Porque Juana ha recibido, des­pués de un detenido examen, un diploma de doncella en toda regla, y si no se mantiene así durante un año, Francia está perdida. Ella consigue victoriosamente re­sistir a las distintas tentaciones. Objeto de los deseos del joven hermafrodita Conculix, corre peligro de muerte por su vigorosa repulsa. Más tarde corre de nuevo peligro por el asedio del mago Grisbourdon, a quien la misma Doncella hiere mortalmente. Huye luego de la pasión de un vulgar mozo de muías y .escapa por milagro a los asaltos amorosos de Chandos, valeroso guerrero inglés.

Finalmente, después de haber casi sucumbido a los halagos del diabólico asno alado que le sirve de corcel, al finalizar el año fatal se abandona a los placeres del amor en brazos de Dunois, valeroso bas­tardo, caballero de Francia. Con la aventura comicoheroica de Juana se entrelazan otras no menos divertidas, irreverentes y burlo­nas. La historia de Inés, por ejemplo, la amante del rey Carlos, a la cual un perverso destino condena a recibir con fortuna alter­na e insistente, vergüenza y gozo de las delicias amorosas. El caso es que Juana, creyéndose traicionada por el rey cuando éste, lleno de ardor bélico, junto con Juana se dirige a tomar posesión del mando de las milicias sitiadas en Orleáns, roba las armas de la Doncella, se las pone y Juana tiene la desgracia de caer en manos de los ingleses; llevada a la tienda de Chandos se ve obligada a satisfacer sus deseos; lo que hace llorando, pero no sin un cierto e inconfesado placer. Encuentra luego al hermoso paje Monrose, al cual se une con tierno amor. Huye a un convento para en­contrar en él reposo y paz, y encuentra otra inesperada y nocturna aventura. Al alba el convento es asaltado por un escuadrón de la soldadesca inglesa que, alegremente, obligan a todas las monjas a satisfacer sus impíos deseos, hasta que llega la valerosa e indómita Doncella a llevar a cabo una matanza. Todo esto mientras el rey Carlos, más preocupado por la amante perdida que por la guerra, se consume en amorosa tris­teza y en las torturas de los celos.

Hay luego la dolorosa historia de la milanesa Dorotea y del valiente francés La Trimouille, la de Rosamor y Arundel, dos orgullosos y pen­dencieros amantes ingleses. Otras aventuras y episodios completan el cuadro de esta sátira que no respeta nada, entre las cuales la visita de Lourdis, fraile necio, al reino de la Tontería, donde se encuentran reuni­das todas las estupideces humanas, cómica y minuciosamente descritas por el poeta: periodistas, inventores de patrañas, órdenes religiosas en masa; el episodio de la lucha celestial, enconada y a veces cruenta, entre San Dionisio que apoya a los franceses y San Jorge, que está por los ingleses. Ningún escrúpulo moral turba la sarcástica y volup­tuosa desenvoltura de Voltaire.

G. Alliney