[The Blessed Damozel]. Poesía del escritor inglés de origen italiano, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882), una de las mejores muestras de la escuela prerrafaelista (v. Prerrafaelismo) creada por el propio Rossetti. La pieza fue escrita en 1847, pero más tarde el poeta, descontento de su labor, hubo de revisarla.
En ella nos presenta a una doncella que asomándose a las moradas celestes, ve, entre los mundos subyacentes, a la tierra que gira como una minúscula mariposa y las almas que se elevan hacia Dios pasan junto a ella como centellas etéreas. Su mirada intenta penetrar a través del vacío, y después, con una voz que es «como la voz de las estrellas», entona una plegaria que es un himno de amor para que su amado, que se ha quedado en la tierra, le sea otorgado en las esferas celestes gracias a su oración, y una vez lo tenga allí ella misma le enseñará el canto de la divina alabanza. Mejilla contra mejilla ella le hablará de su amor, y la gran madre del cielo será condescendiente en ello y los conducirá unidos como en la tierra, vivo ya su amor por toda la eternidad, ante Cristo. A sus palabras hacen eco las lamentaciones del enamorado que la ve alejarse por las esferas evanescentes más allá de la dorada barrera y ella oye su llanto desolador. Es un clima de velada tristeza y de dulzura pictórica que el poeta nos describe y de la cual el pintor contempla los delicados tintes.
Las imágenes se deforman, los colores tienen un fulgor irreal, las palabras adquieren nuevos significados y nuevas relaciones en la evocación de un más allá presentido, más que por un poeta, por un mago. La damisela bienaventurada se encontraba en el manuscrito que Rosetti hizo sepultar con el cuerpo de su esposa en 1862, y que más tarde fue recuperado y publicado en 1870. Realmente parece que algo haya quedado en él de aquella ultratumba en que fue sumergido, y que tenga vida en la alterada existencia de los resucitados. Es manifiesto en esta poesía el influjo de los poetas primitivos, especialmente del soneto de Jacopo da Lentini «lo m’aggio posto in core a Dio servire», de Dante (Paraíso, cantos XXIII y XXXI, 91) y de Petrarca («Levommi il mió pensier in parte ov’era…», «Quando il soave mió fido conforo…»), etc.
M. Navarra
Rossetti fue un hombre notable en muchos aspectos, pero no sobresalió en ningún arte: si hubiese sobresalido en algunos, posiblemente jamás se hubiera oído hablar de él. Fue su habilidad en quedarse a medio camino de todas las artes la causa de su éxito. (Chesterton)
* Esta poesía de Rossetti fue elegida por Claude Debussy (1862-1918), para la realización de un poema lírico, La demoiselle élue, escrito en 1887 e interpretado en París en 1894. A diferencia del Hijo pródigo, la elección de la poesía de Dante Gabriel Rossetti, significa, para el músico francés tomar una posición estética: la poesía del prerrafaelista, mística y sensual a la vez, envuelta en un pálido velo de misterio, atrae y excita la fantasía de Debussy. Desaparecen las maneras de las composiciones anteriores y afloran reminiscencias de ciertos aspectos de Franck y de Wagner. A través de la poesía de Rossetti, Debussy resuelve en un plano sensual y decorativo los motivos románticos del amor y de la fe. La prerrafaelista «demoiselle», moderna y pálida Beatriz, en su enfermizo misticismo que se expresa en una languidez malsana, atrae al músico hacia una atmósfera de refinada sensualidad, de sutil melancolía donde se encuentra a sí mismo y donde más tarde nos dará sus mejores páginas.
En La demoiselle élue queda aún un mecanismo sentimental que se resuelve más en decoración que en pura música: una decoración exangüe y refinada, que más adelante, cuando el arte del compositor llegará a su plena madurez, no será difícil volver a encontrar en momentos que deberán relacionarse con el movimiento simbolista de la poesía francesa, del que se alimentó gran parte de la música de Debussy. En esta obra, el autor, además de ofrecernos algunas muestras de su más auténtico lenguaje, por vez primera en una obra de elaboración como ésta, se mueve dentro de los términos de un gusto en el que la personalidad artística se identifica completamente. Un gusto que aquí se sitúa en una zona límite en el que el movimiento prerrafaelista colinda con el simbolista.
A. Mantelli