[A correspondéncia de Fradique Mendes]. Obra del escritor portugués José María de Eça de Queiroz (1846-1900), compuesta alrededor del año 1891 y publicada póstuma en 1900. Es una fantástica biografía que, en tonos adormecidos y complejos simbolistas, analiza la descompensación vital de un hombre excepcional, Fradique Mendes, una especie de Des Esseintes (v.) al que el personaje portugués se asemeja por la nobleza de su sangre, la riqueza de su vida interior, su aburrimiento de fin de siglo y la intolerancia hacia las posiciones espirituales definitivas.
Fradique Mendes había, asimilado todo lo mejor del saber humano y había tomado y archivado en sí mismo todo lo hermoso de la tierra. Pero no era un erudito. Él mismo, en una carta, dice: «No hay en mí, desgraciadamente, ni un sabio, ni mucho menos un filósofo. Quiero decir, no soy uno de estos hombres seguros y útiles, destinados por su temperamento a los análisis secundarios que se llaman ciencias, y tampoco soy uno de los hombres, encantadores y poco seguros, destinados por su genio a los análisis superiores que se llaman filosofías.» Murió bastante joven, alrededor de los cincuenta años, naturalmente en París, sin dejar ninguna obra, puesto que para escribirla hubiera necesitado «una prosa que aún no existía». Afirmaba que sólo se podía crear formas sin belleza y que en ellas tan sólo entraba la mitad de lo que uno quería expresar. Lo demás no se podía traducir con palabras. Lo único que dejaba escrito, eran 16 cartas dirigidas a personas amigas: Oliveira Martins, Guerra Junqueiro, Ramalho Ortigáo, Madame Juarre, Clara, el señor Mollinet, etc. Están escritas en un estilo impecable y tratan de distintos temas: arte, literatura, política, filosofía, etc.
El escritor expone sistemáticamente en ellas sus ideas, que no siempre son originales en la sustancia, pero sí en la forma con que son presentadas. Es famosa la dirigida al señor Mollinet (la VIII) en la que se dibuja la figura del consejero Pacheco, que representa el tipo del hombre con mucha fama y ningún valor; notables también la cuarta, sobre los idiomas extranjeros, que uno tiene que aprender en gran número, y hablar «orgullosamente» mal, y la XII, que elogia la vida del campo, contraponiéndola a la de la ciudad. El libro refleja la actitud del escritor que a finales de su carrera artística se sacrifica al Simbolismo (v.) al igual que en su juventud se había sacrificado al Naturalismo (v.). Pero si éste encuentra en la natal consonancia del escritor un estado de inmediatez que dio obras a su manera perfectas, como el Crimen del padre Amaro (v.) y la Reliquia (v.), el simbolismo resulta en cambio una sugestión exterior que en la contradicción de sus motivos es inconciliable con el temperamento sensual y visivo del autor.
L. Panarese